Prohibida la jubilación
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Escribir sobre Luis siempre es un placer. Aún recuerdo mi primer día frente a él: "Qué, míster, cómo ha visto el partido". "Sentado", me respondió. Ese fue el comienzo de una larga amistad. Meses después supe de su carácter cuando el masajista del Atlético me contó que retó al defensa Juanjo (el mismo al que acaban de echar ahora como técnico del Ciudad de Murcia) a un combate de boxeo. Juanjo le llevaba mirando mal un tiempo porque era suplente. Luis le pidió a Cachadiñas que buscara dos pares de guantes de boxeo. Llegado el momento culminante, Juanjo se arrugó. Así es Luis. Hace un par de años, comiendo con él, me engañó: "Jota, lo dejo, me voy a dedicar al tema inmobiliario, hay que invertir en el viejo Madrid".
Y ahí sigue, cumpliendo mil partidos en equipos que representan la esencia de nuestro fútbol y los que le quedan. Porque Luis tiene mucho carrete. Pocas veces he conocido una persona tan íntegra en temas de amistad. Esa es la clave para entender la adoración que sienten los jugadores por él. Esa y que nadie ha defendido igual sus derechos ante los directivos. Podría escribir un libro de los toques que le dieron en sus distintas etapas en Sevilla. Cuando hablo de toques utilizo su jerga para explicar los amigos circunstanciales que le esperaban al acabar el entrenamiento para pedirle los mil duros de rigor. Hoy regresa al Bernabéu, cuyo banquillo no ocupó en su día por lealtad a Vicente Calderón.
