Abramovich, un envite con muchas incertidumbres

Abramovich, un envite con muchas incertidumbres

Cuentan que en un viaje a Londres y cuando el avión estaba a punto de aterrizar, divisó por la ventanilla Stamford Bridge y preguntó qué equipo jugaba allí. "¿El Chelsea?, lo compraré". Leyenda o verdad, hoy es su dueño. El dinero es el soporte de los apetitos. Aporta amigos circunstanciales pero, sobre todo, enemigos de mejor calidad. Sigue amasando fortuna y crecerá la tropa de importantes oponentes. Este ruso parece que la clava en los negocios; y tan hondo que incluso Putin forma parte de los que le tienen ganas. Ambos sabrán porqué. No lleva ni un año como accionista mayoritario del club y ya tiene encabronados a los dirigentes de los clubes europeos más importantes. Abre la chequera y se contraen muchos golletes. Once fichajes en este su primer año. Y está decidido a invertir 200 millones de euros en la compra de jugadores para la próxima.

Que un millonario irrumpa en el escaparate del mundo del fútbol únicamente para ser conocido y reconocido popularmente, no es nuevo. Muchos han terminado mal. Otros peor. Roman Abramovich nunca tuvo algo que ver con el fútbol en Rusia. Desconozco si compró el Chelsea por vanidad o para satisfacer un repentino capricho. Maneja bien su imagen: hace poco se comprometió a ayudar al CSKA de Moscú. En un año ha metido mucho ruido y cuando blande el talonario el mercado se agita con histeria. Lince o bluff, esta es la cuestión. Y no sólo el futuro del equipo azulón está condicionado por este dilema. El alcance del envite que este ruso ha lanzado al fútbol en general está todavía por ver y sus consecuencias intrigan.

Ha aterrizado utilizando una vieja práctica que ya se ha utilizado en infinidad de ocasiones : pagar más que nadie. La casuística es tozuda en señalar que otra cosa muy distinta es acoplar un equipo y devenirlo campeón. Romper el techo de los precios de mercado fue el gran error que todos los directivos futbolísticos cometieron cegados por el maná de los derechos audiovisuales. Hoy los clubs pagan una penitencia de larga caducidad. Abramovich aparece en plena crisis e incurre en lo mismo, pero con una gran diferencia respecto a otros casos conocidos: se juega su dinero; no el proveniente de terceros. Tira de su cartera. Deportivamente desafía la lógica futbolística y económicamente sólo él sabe hasta donde puede o quiere llegar. El G-14 y los demás, expectantes y acoquinados; jeques y demás multimillonarios aburridos, ya comienzan a asomar la nariz en el planeta fútbol. Todos pendientes del desenlace. Habrá un antes y un después o, si lo prefieren, otro que se las pira o un nuevo orden. Prefiero los topes salariales.