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Recordarán las crónicas el final del gran premio de Suráfrica de 2004 cuando Rossi se bajó de su montura tras ganar la carrera, se recostó unos segundos sobre una pared de neumáticos y lloró. O rió; nunca lo sabremos pues no se quitó el casco. Luego se incorporó y besó a su compañera Yamaha M1. Y los que creemos que esos recovecos de la vida donde dos y dos no siempre tienen que ser cuatro son los que la hacen de verdad divertida la besamos con él. Porque hay mundial; porque el MotoGP no es la Fórmula 1 donde los ordenadores, las telemetrías, los ingenieros, los millones y las estadísticas ya han dado su veredicto inapelable antes de consumirse el primer litro de gasolina.

Rossi -y Pedrosa también, pues pertenece a la misma estirpe de jinetes- nos ha demostrado que podemos seguir soñando sobre ruedas. Al menos, sobre dos. Divierte imaginarse a ese montón de sesudos ingenieros nipones atendiendo, entre atónitos y desconcertados, a las indicaciones de un muchacho de 25 años a medida que les iba demostrando que las sensaciones sobre la moto y la experiencia real de tantos kilómetros de asfalto son más certeras que las cifras que escupe un ordenador. "Hai, Rossisan" (sí, señor Rossi) habrá resonado en el box de Yamaha estos meses pasados como si fuera el saludo de reconocimiento y respeto al mejor de los samurais. Lástima que Antonio Cobas no haya podido verlo, pues seguro que se habría divertido, aunque su pupilo Biaggi fuese el principal damnificado.

Este ingeniero español, muerto poco antes del inicio del gran premio de Suráfrica, pertenecía por derecho propio al clan de los "creadores" como demostró tantas veces durante 30 años de carreras de motos. Siempre estaba inventando y probando cosas nuevas. Pero lo que destacan todos los pilotos que trabajaron y triunfaron con él (Crivillé, Aspar, Cardús o Garriga, entre otros campeones) es que sabía como nadie escuchar a los pilotos. Entendía lo que le contaban, pero sobre todo tenía el talento de traducir lo que sentían a lomos de sus máquinas, convirtiéndolo en mejoras mecánicas que les llevaron al pódium.

Supo entender que emociones y sentimientos son la clave que deciden en el mundo del deporte... y en el otro también. Esas dos últimas vueltas -la de Pedrosa y la de Rossi-, en las que lo decisivo fue el corazón y no el carburador, encierran toda la mitología y la magia que envuelve a este deporte que, junto al alpinismo, es el que más dosis de coraje y valentía necesitan, y también prudencia y audacia a partes iguales porque es el que menos errores permite y donde se pagan más caros. Por eso, de nuevo, dentro de unos días miles de moteros se concentrarán en Jerez desde los cuatro puntos cardinales para asistir al Gran Premio de España, pero sobre todo para celebrar juntos que están vivos y van en moto; algo que significa mucho más que una mera forma de transporte. Hai, Rossisan. Gracias, señor Rossi por ello.

Sebastián Álvaro es el director del programa de TVE Al Filo de lo Imposible