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Las cuentas de la FIFA, o cómo ordeñar la ubre ajena

Joseph Blatter se jacta de su labor. La pasada semana presentó el balance del organismo que preside y el superávit —90,3 millones de euros— rebasó las previsiones más optimistas respecto al pasado ejercicio. Anunció también que al final del cuatrienio 2003-2006 el resultado positivo superará lo calculado. Exprime con ansia y frenesí la ubre de la vaca del fútbol mundial y menosprecia su cornamenta. Le preocupa más el establo que el rumiante. De la manutención y cuidado del animal ya se encargan, y pagan, los clubs. La FIFA sólo quiere la leche. Y bajo un buen techado, venderla según sus intereses.

La parda situación económica que sobrellevan la práctica totalidad de los equipos de fútbol contrasta con el esplendor de las cuentas de Blatter. No es de extrañar pues que la vaca despierte de un largo período de resignación y comience a balancear las astas. La pésima administración de sus cuidadores le obliga a un ayuno forzado; merma la salud y su osamenta flaquea. Necesita las vitaminas y el calcio que de su leche disfrutan Joseph y su imperio. Y ya puestos a embestir, pues a por lo que más abulta: al aprovechado ordeñador. Y un puntazo de aviso —la quiebra acecha— a tan manirrotos tutores.

La prepotente FIFA quiere aparentar tranquilidad respecto a la demanda que, a principios de este mes, el G-14 le ha interpuesto por considerar ilícita la cesión gratuita de jugadores a las selecciones nacionales. La pugna de los clubs por recibir una compensación económica se prevé larga jurídicamente. Se habla de dos a tres años. El tiempo justo que Blatter necesita para cerrar un lustroso cuatrienio. Los 18 clubs más prestigiosos del fútbol europeo han estado tan lentos como timoratos. Sus cuentas siguen sin cuadrar y la FIFA presumiendo de suculentos beneficios. Una vaca mal alimentada pero todavía productiva y cautiva de un gorrón y puntual ordeñador. Y muchos pitones, además de los del animal: los de los cuidadores. Cornudos, apaleados y pagando el gasto. A base de hipotecas o vendiendo el patrimonio heredado. La penitencia a su derroche enfermizo. Pero una cosa es ser culposo y otra muy distinta devenir imbécil. Aunque, eso sí, cachazudo de reflejos.