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Golf | Masters de Augusta

Un diestro en manos de la NASA

El ganador del Masters es diestro, no zurdo. Ambidextro. Phil Mickelson rompió su maleficio en los grandes con el putt, su arma de otra galaxia.

<b>TRIUNFAL</b>. Mickelson luce la chaqueta verde de campeón del Masters.
AP PHOTO

El estadounidense Phil Mickelson (33 años) tenía tan solo un año y medio cuando vio jugar al golf a su padre por vez primera. En San Diego (California) lucía el sol y el pequeño Phil buscó darle la espalda para ver en acción a papá. Le encaró de frente. Entre ellos, sólo la bola. Phil descubrió el golf, de cara, admirando al progenitor que hacía el swing al revés; sólo para él, claro.

A los pocos días, Phillip Alfred (siempre fue Phil) se arrancó con su primer swing. ¡Zas! Le dio de zurdas, para sorpresa del personal. Casi 31 años después, Mickelson sigue firmando las tarjetas como lo que es, un diestro.

Este yanqui que no esconde la bandera de su país de origen viene apuntado en la agenda de fenómenos desde 1991. Todavía conserva la fecha del Northern Telekom Open en su lista de prioridades. Ganó ese torneo del Tour Americano siendo todavía aficionado, Nadie lo ha vuelto a conseguir. Pasaron los años y Mickelson, cansado de triunfos menores, seguía con esa espina clavada en los Grandes.

Limando fallos. Mickelson perfeccionó tanto su juego que se apuntó a la NASA; concretamente a las clases de Dave Pelz, científico planetario del monstruo americano. Phil quedó convencido de que sus fallos en los putts cruciales eran algo más que mala suerte, que tenían mucho de movimiento pendular, fuerza centrífuga. Dio clases, y colocó la bola cinco centímetros por delante de lo habitual. Ese dato que parece tan simple le ayudó el domingo a ganar el Masters. Quizá la NASA tenga ya a un nuevo alumno: Ernie Els.

Ahora queda por saber si Mickelson está ya por encima de Tiger Woods. En el cariño van empatados y en juego, zurdo, gana al tigre. No es la primera vez que le sopla en la oreja al rey de la prepotencia, al que tiene el don del golf circulando por la sangre de sus venas. Mickelson no parece tener ese don. Lo suyo es claramente un trabajo minucioso de perfeccionamiento, un swing de escuela y un toque con el putt inapreciable para el espectador.

Sencillamente ideal. Su leyenda está escribiendo las primeras líneas. Si el estadounidense Phil Mickelson consigue limitar los errores tontos en los greenes será tan genial como los demás superclases.