El gran mar de arena
Por un momento miro en derredor y siento el magnífico, y aterrador, silencio de la Tierra, anterior, o posterior, al hombre. El Gran Mar de Arena se extiende durante centenares de kilómetros, indiferente a los pequeños humanos que hemos invadido, por unos momentos, su quietud de siglos. Por aquí cerca, según cuenta Herodoto, un ejército persa de más de 50.000 hombres desapareció enterrado por el quibli, el terrible viento del desierto.
Luego, estas arenas vieron pasar al mismo Alejandro Magno, acogió a la dinastía de los Ptolomeos. fundada por un general del gran rey macedonio, a la romana, y muchos más antes de que, durante la Segunda Guerra Mundial, se libraran algunas de las batallas más decisivas. El conde Almasy, cuya biografía novelada fue llevada al cine en la excelente El paciente inglés, fue un personaje clave que exploró la zona más remota de este desierto, con fama de ser el más terrible del mundo.
Su ejemplo, la lectura de sus libros, fue la que en realidad nos puso en marcha hace un par de años, haciendo buena la afirmación del explorador británico Cherry-Garrard cuando escribió que "la exploración es la expresión física de una pasión intelectual". Con mis amigos José Carlos Tamayo, Antonio Perezgrueso y Esteban Vélez, llevamos diez días recorriendo los bordes de este desierto y llenando los ojos de imágenes y el corazón de sentimientos. Hemos tenido la suerte de visitar una cueva, recientemente descubierta, con pinturas rupestres prehistóricas y compartir la emoción que debió sentir Almasy cuando él descubrió otras pinturas similares, recuerdos en piedra de un mundo desaparecido, cuando el Sahara era una sabana llena de vida.
Después de comprobar, en todas partes del mundo, cómo el peligro del desarrollismo incontrolado se abate desde las montañas del Pirineo a los bosques de Tierra de Fuego, suspiro aliviado al pensar que nuestra civilización ha considerado a los desiertos como terrenos improductivos. Eso es lo que ha permitido llegar incólume a nuestros días lugares como la Antártida, el Gran Mar de Arena o Alaska. Los únicos lugares que nos permiten comprender la esencia del planeta, y, de paso, la nuestra. Cuando degradamos nuestros paisajes, sólo manifestamos nuestra profunda incompetencia para vivir en armonía con la naturaleza.
Cuando decimos que la Tierra está en peligro por la contaminación, lo que en realidad deberíamos decir es que es el vulnerable ser humano quien está en peligro. Como en muchas otras ocasiones en mis viajes es ahora, mirando este horizonte infinito y la arena estrellarse contra mis gafas protectoras, cuando comprendo al conde Almasy: "Amo el desierto. Amo la llanura infinita que centellea en el reflejo de los espejismos, las cumbres rocosas resquebrajadas, las cadenas de dunas semejantes a olas del océano petrificadas". Amo esta vida sencilla y pura.