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Pasiones y escaladas

Un peroné encontrado en el glaciar de Diamir se ha hecho con la primera línea de actualidad en el mundillo de la montaña. La verdad es que no se trata de un hueso cualquiera pues su aparición se halla rodeada de un explosivo y algo cenagoso cóctel en el que flotan celos, envidias y egos de talla XL; todo ello aderezado con otras menudencias de la humana condición. Pertenece, según ha demostrado un análisis de ADN, a Günter Messner, quien murió en 1970 sepultado por una avalancha al pie de la vertiente oeste en el Nanga Parbat cuando descendía de la cumbre junto a su hermano, Reinhold Messner.

Reinhold salvó la vida en aquel dramático descenso, pero perdió buena parte de los dedos de los pies.

Era su primer ochomil, había logrado escalar por primera vez la vertiente del Rupal, una de las más gigantescas y difíciles del planeta y había vivido una situación tan dramática que marcaría su vida para siempre.

Aquel joven inexperto y valeroso se convertiría en el más grande alpinista de todos los tiempos. Supo convertir la tragedia en energía mental y, como todos los grandes, aprender del fracaso, sobreponerse a la adversidad. Su abrumador e irrepetible currículum basta para aseverarlo. Sin embargo siempre le ha perseguido la polémica. Bien es verdad que su carácter, arriscado y desafiante como una arista del Karakorum, no ha colaborado precisamente a la calma. Pero, de la misma forma que a Walter Bonatti, el aparato conservador montañero nunca le ha perdonado ser un revolucionario que siempre ha abierto nuevos caminos. En concreto, desde hace 34 años le acompaña la polémica sobre si abandonó a su hermano después de llegar a la cima del Nanga.

Los que han liderado la polémica han sido dos compañeros de aquella expedición, los alemanes Hans Saler y Max Von Kienlin. Cabe sospechar que éste último tenía además algún motivo añadido para tan ersistente encono, pues su sposa Úrsula le abandonó para vivir unos años con Messner al que, dicho sea de paso, le ayudó decisivamente a madurar. Tampoco ha ayudado el que Messner calificará de nazis irredentos y glorificadores de la muerte a señalados alpinistas alemanes de la posguerra.

En mi primera entrevista con Reinhold, hace doce años, pude descubrir la pesada losa que supone para él la muerte de su hermano. Pero nunca he puesto en tela de juicio su palabra, por más que no comparta algunas de sus ideas. Esta historia debiera haber quedado zanjada con la aparición del peroné

de Günter en la vertiente del Diamir, y que confirma la versión que siempre ha defendido Reinhold Messner.

Sin embargo, mucho me temo que no será así, pues la experiencia nos dice que la racionalidad y los análisis objetivos rara vez han servido cuando de por medio se cruzan la envidia, el odio y las pasiones, que también la altitud parece intervenir en estos tortuosos caminos por los que deambulan los sentimientos humanos.