Demasiado milagro
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Sergio Aragoneses llegó demasiado tarde al Calderón. Es muy probable que si se hubiese puesto antes en la portería del Atlético, el resultado de esta eliminatoria hubiera sido muy diferente. Ayer ya de poco valió que el portero mostrase muy buenas maneras en las pocas ocasiones en las que tuvo que intervenir, y hasta que le parase a Antoñito un penalti que se inventó Rodríguez Santiago. Tampoco sirvió de nada que Manzano pusiese toda la artillería en juego. Eso debió hacerlo hace siete días en el Pizjuán cuando la eliminatoria no estaba aún resuelta. Ayer todo era un brindis al sol, porque difícilmente un equipo duro y guerrero como el Sevilla, incluso sin Reyes, iba a dejar escapar una ventaja de cuatro goles.
Hay que reconocer, eso sí, que el Atlético lo intentó en el primer tiempo, y que puso ganas y fuerza y hasta un golito a los trece minutos. Pero el Sevilla sacó su oficio, y le cerró los caminos a Ibagaza, y endureció el juego, y sus jugadores trabaron el partido y Darío Silva se pegó con todos los que pasaban por su lado, y se tiró al suelo y perdió tiempo y nos desesperó con sus artimañas. El Sevilla consiguió su objetivo, frenó las acometidas rojiblancas y dejó que fuera pasando el tiempo. Esa era su mejor arma. La expulsión de Lequi acabó con las escasas esperanzas atléticas. La eliminatoría se había perdido en Sevilla. La remontada era un milagro demasiado grande.