Viejas costumbres
Estoy seguro de que Alfredo Relaño no me regañará por recomendarles que compren el próximo domingo otro periódico, además del AS naturalmente. El País regalará ese día una joya que no deben perderse: La isla del tesoro, una obra cumbre de la literatura que inicia una colección de libros de aventuras. Pueden creerme si les digo que el retumbar de la pata de palo de John El largo sobre cubierta, el batir de las velas sobre los mástiles y escuchar a los marineros cantar aquello de "Quince hombres van en el Cofre del Muerto ¡Ron, ron, ron, la botella de ron!", generan emociones que no se les borrarán en mucho tiempo. Algo que, espero, compartimos con los programas de Al Filo de lo Imposible que acabamos de finalizar.
La última emisión de documentales de Al filo en las pantallas de TVE, en mi opinión la mejor de toda nuestra historia, ha estado cargada de la misma intención con la que iniciamos nuestra andadura hace casi veinte años: transmitir a nuestros espectadores emociones intensas y perdurables como las que emanan de las páginas de La isla del tesoro. Compartir emociones, paisajes y, también, preguntas para las que a veces no tenemos respuestas. Un empeño que nuestros espectadores valoran al punto de que casi todas las semanas nuestro programa ha estado siempre entre los deportivos más vistos. Y lo agradecemos. Pero creo que hay mucho más.
Hace años las audiencias en televisión no sólo medían la cantidad sino también la calidad. A través de encuestas, se evaluaba un parámetro denominado índice de aceptación a través del cual los espectadores valoraban lo que veían. Ese índice siempre nos fue favorable mientras se mantuvo activo, algo que a los que hacemos Al filo nos hizo sentirnos orgullosos. No creo descabellado pensar que de hacerse hoy sus resultados serían esclarecedores. El hecho de que ciertos programas basura acaparen algunos de los primeros puestos en cuanto a audiencias, sólo demuestra eso: la cantidad. Pero si también se preguntase qué opinan sobre lo que están viendo creo que la pirámide se invertiría dramáticamente.
Son tiempos en los que se corre el riesgo de ser tachado de antiguo por criticar a esa legión de cínicos que usan la chabacanería como base de su trabajo, y se refugian en el número de espectadores al peso para defender sus miserables desmanes y su cuenta corriente. Puede que sea una vieja costumbre, de la televisión que aprendí cuando sólo había una, pero siempre he considerado que la principal finalidad de una televisión, y desde luego sin excusa de la pública, es elevar el nivel cultural de las personas. Más que ser una fuente de chismorreo, ser una ventana que nos permita soñar, aprender y vivir más intensamente. Sea como fuere, ésta es la televisión que nos interesa a los que hacemos y a los que, como muchos de ustedes, siguen Al filo de lo imposible.