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Sin Torres, no hay futuro

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Si el Atlético pretende volver a ser grande antes de su bicentenario, renovar a Fernando Torres es indispensable. En casos así no se admiten racanerías (Jesús Gil: "No lo haremos a cualquier precio"), ultimátums ("o aceptas esta oferta o te vendemos") y arranques de dignidad. A menudo, el orgullo te lleva a comportarte como un héroe cuando ocupas claramente la posición débil del conflicto (como el club en esta ocasión). La culpa es del cine, donde un cuerpo escombro como Woody Allen lleva años quitándose de encima a las chicas guapas. Y tú te lo crees y presionas a tu jefe, a tu novia o a la persona de quien depende tu futuro. Y él te echa, ella te deja y el Niño se va a otro equipo, que le pagará más y le ofrecerá un proyecto deportivo con mayores garantías de éxito.

Esa es la realidad a la que se enfrentan Cerezo y Gil Marín. Saben que renovar a Torres representa mucho más que seguir contando con un fabuloso futbolista. Es una declaración de intenciones: "Señores, con nosotros no se juega y a partir de ahora pelearemos de igual a igual con cualquiera". Sin embargo, si no pagas a la estrella como tal, estás renunciando explícitamente a moverte en el primer nivel futbolístico. Y la hinchada, que disfruta de su primer fuera de serie en años, no aceptará el papel de segundón resignado: "Lo intentamos, pero no pudo ser". Claro que puede ser, Fernando quiere quedarse y el entendimiento es inevitable. El club sabe que este Atlético, sin el Niño y sin su afición, no es nada.