La Vuelta le debe un gesto
Su madre, Antonia Sastre, lo expresó ayer perfectamente: "Mi hijo ha muerto como siempre, al ataque y de repente". Chava Jiménez fue siempre tremendo en las victorias y en las derrotas. A él era imposible pedirle la regularidad, el sufrir como un perro para terminar tercero en la Vuelta o el Tour. Él era un artista y el día en que se sentía inspirado regalaba una obra de arte. "Mira Bermejo a quién quiere la afición", dijo un día rodeado de gente pidiéndole autógrafos cuando vivía uno de los peores baches de su carrera. La afición le quería porque no hay nada que impacte más que lo inesperado. Hasta con Indurain se podía percibir cómo iban madurando los triunfos en el Tour. Con Chava no, con él se podía esperar todo o nada.
Sólo desde este punto de vista se puede entender el enorme carisma de un ciclista que nunca rellenó un palmarés denso, pero que lo salpicó de gotas brillantes. Y que nunca consiguió un triunfo en el Tour. Estuvo a punto de alcanzarlo en 1999, en el Mont Ventoux y en Courchevel, pero se encontró con un formidable Pantani. Su terreno ideal de caza fue la Vuelta a España. El tampoco lo sabía explicar, pero decía que en septiembre encontraba la mejor forma. Ha hecho historia en esta carrera y desde este diario creemos que la Vuelta debería tener un gesto de recuerdo hacia él. Bien podría dedicársele el Gran Premio de la Montaña-Trofeo Chava Jiménez, que él ganó cuatro veces.