Yo digo Vicente Carreño

Nos queda el Niño

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A mí me gustó el Atlético. Vale, vale, no miren el resultado, y olvídense de Simeone -Manzano, majo, es una herejía y casi un suicidio ponerle frente a Ronaldo-. Y si quieren no se fijen tampoco en el Mono Burgos, que le echó una manita a Raúl con su salida en el segundo gol del Madrid. Ustedes miren más arriba, al rubito de oro, solo ante el peligro toda la noche. El Niño Torres se ofreció siempre. Por la izquierda, por la derecha, por el centro, dispuesto a convertir cualquier pelotazo en una ocasión de gol. Era Gary Cooper contra los pistoleros, contra el mundo, contra la galaxia entera. En el primer tiempo pareció por momentos tan galáctico como los galácticos. Lástima que su esfuerzo no sirviera para nada.

Porque desde los catorce segundos del partido ya sabíamos que aquello era una misión casi imposible. Ronaldo puso en estado de shock a la defensa atlética. Se coló hasta la portería como si fuera invisible y dejó a todos en evidencia y en especial a Simeone -¡qué nochecita, Cholo-. Si al brasileño le dejas una autopista, apaga y vámonos. Y Ronie tuvo carriles por todos los lados, para darse un festín a gusto. La defensa del Atlético vivió en el despiste permanente desde el minuto inicial. Todos como un flan. De acá para allá sin sentido. Así que todo consistía en soñar con que al Niño Torres se le encendiese la lucecita. Porque este equipo de Manzano vive de los fogonazos deslumbrantes de este futbolista excepcional, que va creciendo jornada a jornada en la delantera del Atlético. El Niño es tan joven que todo para él es futuro y tendrá muchos derbys para resarcirse. Por eso me gustó el Atlético, porque lo intentó siempre y porque tiene al Niño Torres. Y esa es la gran esperanza.

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