El Madrid siempre mata
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Iván Zamorano puso de moda aquello de salir con sangre en el ojo cuando llegaba un encuentro bravo. Eran otros tiempos. En su Real Madrid ahora prima la clase, los fogonazos de Ronaldo, los controles de Zidane y los pases de Beckham. ¿Y en el Atlético de Madrid? Al menos ayer, la generosidad. Quisieron homenajear al delantero chileno acompañándole con la mirada hasta que llegara al palco de autoridades, tras el saque de honor, y se acabaron perdiendo el primer tanto de Ronaldo. ¿Gol de pícaros o de pardillos? Ambas cosas en mi opinión. Al margen de cualidades técnicas, si en estos partidos no sales enseñando los dientes, te matan sin remedio. Y si todos estábamos esperando que equilibraran la balanza con casta y genio jugadores como Simeone, Lequi (argentinos de raza) o el uruguayo De los Santos, la sorpresa fue que estos parecieron monjitas de la caridad.
Por el contrario, el Niño Torres fue el único que encaró cada jugada como si fuera la última de su carrera deportiva. Exhibió velocidad, desmarque rápido y contundente y técnica, sí, pero también mala uva y carácter. Ocurre que la pelea era desigual. Mientras Torres se partía la cara unas veces con Salgado, otras con Pavón y las más con Raúl Bravo, Zidane campaba a sus anchas por el campo, Ronaldo ridiculizaba la capacidad de reacción de los centrales rojiblancos y Raúl sacaba los colores a un Mono Burgos tan simpático como cantarín. Cuanto mayor era el castigo en el marcador más se crecía el Niño, ya fuera defendiendo un córner a Ronaldo, ya fuera protestando a Pino Zamorano, un árbitro empeñado toda la noche en demostrar que había dejado en la caseta su pedigrí de forofo rojiblanco. Resumiendo, Torres estuvo muy solo.
