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En estos días de vuelta a casa, durante los nueve días de la navegación más dura que jamás he llevado a cabo, he tenido muchas horas para meditar mientras veía las olas barrer la cubierta de nuestro barco. Me vienen bien esos tiempos de reflexión obligada que te hacen permanecer despierto y comprensivo con el mundo que te rodea. Por poner sólo un ejemplo cabal, ya jamás me volveré a preguntar por qué tantos marinos se amotinaban al llegar a estos mares del sur para volver a casa. Es suficiente haber pasado una vez por aquí para sentir lo mismo que debieron sentir aquellos hombres rudos con sus vulnerables barcos.

A partir de ahora me preguntaré más bien qué fuerza interior movía a esos otros, de Magallanes a Sarmiento de Gamboa, pasando por Ladrillero y tantos otros, que no se dieron la vuelta, que continuaron adelante confiando más en su pasión y en su intuición. Debo de ser un bicho raro, o quizás es que me esté haciendo mayor, pues en aquel pequeño velero cumplí un año más, pero al regresar a casa y enfrentarme a nuestra realidad he sentido lo mismo que estos hombres. Acabo de llegar y me he encontrado con el tremendo asesinato de siete españoles en Irak, que me revuelve el corazón. Me gustaría que estas líneas sirviesen, si es posible, de bálsamo a sus familiares y a todos los que, incluso pensando que no debían estar allí como yo mismo, sin embargo asumen su parcela de riesgo e incertidumbre.

Todo el mundo persigue ese lamentable término puesto de moda de "riesgo cero", en el deporte, en el trabajo, en la vida. Y sin embargo la única certeza es la contraria. La batalla de la inmortalidad la tenemos perdida. Y además, como dice un amigo mío, la cama es el lugar más peligroso pues es donde más gente muere. Echarse a la calle, que ya es hora, y correr riesgos, y dejar de perder el tiempo viendo pasar la vida, es lo mejor. Es mucho lo que tenemos que ganar. Sería un estúpido si dijera que me gusta el miedo y el dolor que he sufrido. Debería haber muerto en varias ocasiones, la primera en el Karakorum y la última no hace mucho en Guadalupe, pero, y no entiendo el porqué, he tenido más suerte que otros amigos. No he sido más inteligente o habilidoso que ellos sino, simplemente, más afortunado. En cierto sentido son experiencias demoledoras, preñadas de un dolor que nunca llega a desaparecer. Pero me siento privilegiado. Andando por las montañas, en los desiertos, en los polos, no sólo he conocido un planeta maravilloso; también he descubierto cosas de mí mismo y de mis amigos que de ningún otro modo podría haber percibido. He comprendido lo limitado de mis fuerzas y nuestra profunda vulnerabilidad, pero esa es nuestra riqueza. He vivido intensamente, que me interesa más que ser feliz.