NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

La Vuelta de poniente

Actualizado a

Legazpi es el nombre de no pocas calles y plazas en nuestro país y de una estación de metro. Lo ostentan en honor de un hombre singular a quien se debe la presencia de nuestra cultura en el remoto archipiélago filipino desde el siglo XVI hasta el final del XIX. En una muestra más de la grave desmemoria que nos aqueja, están trascurriendo con escaso eco los actos dedicados a conmemorar durante 2003 el quinto centenario del nacimiento de Miguel López de Legazpi, un hombre enfrentado a una gran aventura, un conquistador sui géneris que supo usar con igual habilidad la mano armada y la mano tendida para el pacto y la negociación.

Debe ser que no corren buenos tiempos para hablar de uno de los muchos vascos que pusieron su talento y su coraje al servicio del proyecto imperial español. Y de paso a revolucionar los conocimientos que la humanidad tenía del mundo hasta entonces, poniendo las bases de la era moderna. Este hidalgo nacido en Zumárraga en 1503 llevó una plácida existencia ocupando cargos de responsabilidad en la administración pública tanto en su tierra natal como en Ciudad de Méjico, donde fue nombrado Alcalde Mayor. Allí el destino le deparó un giro brutal. En 1564, el Virrey Luis de Velasco le pone al mando de la expedición a Filipinas que tiene como misión consolidar el dominio español en aquellas islas, descubiertas por Magallanes en 1521. Además debía encontrar el camino de vuelta a la costa mejicana, algo que no habían logrado expediciones anteriores.

En realidad, tamaño triunfo náutico recayó sobre los hombros de otro vasco, Andrés de Urdaneta. El monje agustino no dudó en abandonar el retiro monástico en el que se encontraba. No en vano, en más de una ocasión le habían oído afirmar que él "haría volver no una nave sino una carreta". Con tan sólo 17 años ya había participado en la expedición de Loaísa a las Molucas y era un veterano de las guerras del Maluco. Sin duda, era quien mejor conocía los secretos del Mar del Sur. Y así lo demostró, descubriendo la ansiada Vuelta de poniente, después de alcanzar la latitud de Japón y llegar a la bahía de Acapulco 130 días después de abandonar Cebú, donde había dejado a Legazpi y el resto de los expedicionarios.

La ruta de comunicación entre América y Filipinas estaba abierta. Mientras, Legazpi tenía sus propios problemas para consolidar el asentamiento español en Filipinas. Para ello lo mismo llegó a pactos de sangre con jefes locales, que llevó a cabo incursiones punitivas. También se enfrentó a una potente flota portuguesa con quien negoció y negoció, dando largas, hasta que le llegasen refuerzos de Méjico. Rescató a unos náufragos chinos con quienes llegó a acuerdos abriendo un fructífero intercambio comercial con el imperio chino que enriqueció a la recién fundada Manila. Allí murió Legazpi en 1572, en la pobreza. Aquel leal servidor, nunca supo de la Real Cédula por la que el Rey Felipe II le nombraba Gobernador vitalicio y Capitán General de Filipinas.