Menos mal que en el fútbol aún no han desembarcado las empresas de tasación, tan indispensables, por ejemplo, en el sector inmobiliario. De momento, dichas funciones recaen en el forofismo atroz de los presidentes vendedores junto al de sus conniventes seguidores y, además, en la prudencia y escasez de quienes desean comprar pero no pueden.

Los últimos meses han disparado la cotización del chaval de Utrera hasta ponerla por las nubes. Buena cosa para el sevillismo, para el jugador, y para su representante, Rodríguez de Moya, terna que saldría beneficiadísima de producirse la transacción del futbolista en las cantidades, se habla incluso de hasta 42 millones de euros, que se están barajando en estos días.

Pero, ¿cuánto vale de verdad el jugador? Pues mire, querido lector, como en casi todos los ámbitos donde la subjetividad se establece como único parámetro cuantitativo, lo que los demás quieran dar por él. Enorme obviedad, pensará usted. Pues sí, lo que pasa es que un mercado tan inestable como el futbolístico, sometido a continuos vaivenes, lo que hoy cuesta mil, mañana vale diez y viceversa. Midan el riesgo y pregúntense si merece la pena esperar tiempos aún mejores, si es que puede haberlos.