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Una familia al sur

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Hugo, el capitán del barco en el que estamos navegando entorno a las Georgias del Sur, bautizó a su barco La Sourire, La Sonrisa, en homenaje a una revista que editaba el pintor Paul Gauguin, otro enamorado de los mares del sur aunque no tan australes y gélidos como los que Hugo eligió como destino allá por el año 1988. Entre las innumerables peripecias que podría contar sin duda una de las más asombrosas es su invernada en La Antártida.

Hugo dejó que su anterior barco fuese aprisionado por los hielos, y en su interior afrontó en solitario el terrible invierno antártico donde siempre es de noche y sólo reina el viento huracanado y el hielo inmisericorde. Una experiencia así demuestra el verdadero carácter de este hombre de apariencia apacible y tranquila, una de esas personas capaz de transmitir serenidad y confianza. Y no saben lo tranquilizador que es para quienes navegamos con él cuando todo va mal y el temporal parece desguazar el barco, o en la noche aparecen témpanos de hielo tan grandes como islas, o hay que desembarcar con un viento del demonio en una costa plagada de rocas. Entonces Hugo se muestra más concentrado y sereno que nunca. Es un lujo, y un verdadero placer, compartir estas singladuras duras y muy azarosas pero tan gratificantes junto a él.

Cuando no está navegando, reside en Ushuaia, siempre en su barco, junto a su mujer, Marie Paul, a quien conocimos en 1990 cuando llevamos a cabo la expedición al monte Bove y a la cordillera Darwin en el corazón de Tierra de Fuego. También viven en el barco sus dos hijos, Marilu y Teo, de nueve y siete años. Esta familia ha decidido hacer de su vida una aventura continua, viajando a través de los mares más tormentosos de la Tierra y los parajes más inhóspitos y salvajes que quedan, precisamente por ser inclementes y muy poco accesibles. Sus hijos estudian y hacen sus evaluaciones al mismo tiempo que navegamos por estos fiordos. Sin embargo, además de lo que aprenden todos los niños, Teo y Marilu también suben a montañas, ven anidar a petreles gigantes o jugar a los lobos marinos. Tienen la oportunidad de conversar con aventureros y científicos de todas las partes del mundo que utilizan su barco-hogar para llegar a lugares perdidos y remotos. Hablan francés, español e inglés y ya se sienten ciudadanos del mundo. Cuando les digo lo que se paga a un jugador por jugar de futbol, el niño más pequeño se mostró bastante extrañado de que se les pagase por jugar, si además se divierten como él cuando juega con sus amigos en Ushuaia.

Todos ellos, que hunden sus raíces a ambos lados del Atlántico, en Argentina y Francia, piensan en una sociedad europea, civilizada y culta. Y qué quieren que les diga, la verdad es que considero que mis amigos Marie Paul, Hugo, Marilu y Teo, además de ser gentes formidables, tienen mucho sentido común.

*Sebastián Álvaro es el director del programa de Televisión Española Al filo de lo imposible.