Las dos caras de Zidane
Tras perder en Valencia, y pasados los días, Zidane, con su eterna sonrisa, declaró que él ese día no había ni siquiera saltado al campo. Mayor sinceridad imposible. Vengo detectando que el francés tiene problemas para conectarse en los partidos que se disputan fuera de casa. Ayer, al primer pase fallado (y ya es difícil) agachó la cabeza de forma extraña. Luego se sucedieron otros tres errores que impidieron culminar sendos contragolpes. La certificación a que no se encontraba cómodo llegó con una entrada a destiempo que merecía tarjeta. Además, protestas airadas al colegiado y búsqueda de balones imposibles.
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Decir esto cuando estamos ante su inicio de temporada más deslumbrante parece osado pero es una constatación de hechos. Igual es que equipo y aficionados están ya demasiado acostumbrados a los últimos pases de Zidane que son medio gol, o a que se eche el equipo a la espalda cuando está complicado el encuentro, pero lo cierto es que su condición de mortal se deja ver más lejos del Bernabéu. Pierde magia. Es más, no pisa igual la pelota ni se recrea en la suerte.
Y todo esto sucedió en medio de un partido trabado donde cada arrancada del francés, cada control suyo, hacían enmudecer a una Romareda volcada con su equipo y que se crece siempre que acude el Madrid. Ya advertimos en la previa que era un partido para guerreros. Y si algo no tiene Zidane es que rehuse el choque, la batalla, ese no es el problema. Igual ahora que maneja mejor el castellano nos saca de dudas. No sería justo terminar esta columna sin una mención especial para Milito. Yo no entiendo de medicina pero si este chico está cojo, me gustaría jugar con otros diez lisiados en mi equipo. Y eso que, teóricamente, todavía se está adaptando a nuestro fútbol.
