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Más duro que el Puy de Dôme y el Ventoux

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En aquellos años no lo daban por la tele y ni siquiera la radio lo retransmitía en directo. Era el domingo 13 de julio de 1958 y volvimos presurosos desde la playa para escuchar los resultados de la primera cronoescalada en la historia del Tour. Los loroñistas querían que ganase Gaul, el Ángel de la Montaña, pero éramos mayoría los que apostamos por el Águila de Toledo. Se trataba de la ascensión al Mont Ventoux, el célebre monte calvo. Desde que se produjo la conexión supimos que el toledano había sido derrotado por el luxemburgués. Un segundo tuvo la culpa y Fede siempre juró que se lo habían robado.

Un año después obtuvo Bahamontes su revancha y con enorme autoridad. Esta vez se trataba del Puy de Dôme y arrasó poniendo un importante jalón a su primer triunfo en el Tour. Unos pocos segundos le privaron de un maillot amarillo que lograría tres días después en Grenoble y llevaría hasta París.

Luego los organizadores suprimieron la modalidad para proteger los triunfos de Anquetil. En 1962 se ascendió a Superbagneres y todavía estaba allí Bahamontes para confirmar que era un escalador excepcional.

Tres años después se esperaba el triunfo de Poulidor en la que hubiese sido su única victoria en la ronda francesa. La decepción gala fue enorme. Un joven italiano, Felice Gimondi, sorprendió a propios y extraños con un gran triunfo en Le Revard.

Durante la dictadura de Merckx se suprimió de nuevo la modalidad. Hubiese sido darle todavía más ventaja. En Morzine Avoriaz ganó dos veces Lucien Van Impe, con un triunfo intermedio de Hinault, que no fue propiamente una cronoescalada, sino una contrarreloj finalizada en alto.

En 1983 se repitió la ascensión al Puy de Dôme. Llevaba el ciclismo español varios años con escasa presencia en el Tour y dos corredores se empeñaron en darnos la gran alegría de un triunfo incuestionable, Ángel Arroyo y Perico Delgado.

Ahora le llega el turno al Alpe D’Huez y cabe decir que es más duro que el Mont Ventoux, más largo pero más tendido que el puerto de las veintiuna curvas, y que el Puy de Dôme, cuya dureza se circunscribía a sólo cinco kilómetros de los 15,6 de su recorrido. El espectáculo vuelve a estar en las cumbres.