Montañas del océano
"Yo creo que un hombre debe luchar hasta el final por aquello que más desea en la vida". Leo la frase escrita en la tumba de Ernest Shackleton y casi lloro de emoción. Uno siempre fue un poco dado a tales efusiones que, no sé por qué estúpido prejucio, siempre han sido consideradas poco viriles. En cualquier caso, aquí no me importa, porque nadie puede verme en este desolado lugar. A mi alrededor se levantan montañas enormes que rodean, casi protegen, este pequeño cementerio en las islas Georgias, en medio del Atlántico sur, a un paso de la Antártida.
Ayer, después de seis días de azarosa y dura navegación por este mar tan temido por los marinos presenciamos un espectáculo casi irreal. De repente se levantó la niebla y aparecieron unas montañas que parecían surgir del fondo del océano. La emoción se acrecentó al ver por primera vez este lugar donde terminó su vida el más grande explorador polar de todos los tiempos. Para mí, desde luego el más querido, el más admirado, el más humano, el Jefe. Hay algo en la mirada de este hombre que define su personalidad. Mientras que tras la mirada de Amundsen se adivina la ambición, casi desmedida, el orgullo, la altivez del vencedor o en la de Scott brilla una mezcla de tozudez y honor militar desfasado, en la de Shackleton sólo se ve tranquilidad, determinación y humanidad a partes iguales. Fue el Jefe que siempre miró por su gente antes que por él mismo, que supo transformar una historia de heroísmo (no como Scott conduciendo a sus hombres a una muerte segura), en una historia de lucha por la vida. No perdió ni uno sólo de sus hombres. Esa fue su grandeza. Y ellos le pagaron con lo mejor que tenían.
Pero hay una rara cualidad en este espíritu ejemplar más desconocida pero en absoluto menor. Rebautizó al barco que debía trasladarles a la Antártida con el nombre de Endurance, resistencia, y su frase favorita, que resume en definitiva su vida y la filosofía con la que la acometió: resistir es vencer. Siguiéndola volvió nuevamente a las islas Georgias del sur, de donde había salido por los pelos cinco años antes, para encabezar una nueva expedición antártica. Murió de un infarto en su barco y le enterraron en el cementerio de esta pequeña bahía. Es un ejemplo de resistencia y, más importante aún, de honestidad y humanidad. Shackleton siempre luchó por su gente y por las ideas en las que creyó, costase lo que costase. Una actitud que contrasta dramáticamente con otro individuo que estuvo por aquí, el tristemente famoso teniente Alfredo Astiz. Este miserable torturador de la dictadura argentina fue el que rindió esta isla a los británicos después de la ocupación argentina que duró 22 días en 1982. Lo hizo sin ofrecer la más mínima resistencia. Desde luego, todo un valiente.