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Y se queda corto

Actualizado a

Vaya mi voto para este sistema copero de aire británico, emotivo y democrático que obliga a los grandes a actuar sin red en la primera parte del espectáculo. Y se precipitan al vacío a menudo: 32 veces en los tres años de un experimento que merece más osadía. Ahora muere en dieciseisavos y quizá convenga extenderlo hasta semifinales para que la Copa deje de adelgazar.

Pongamos a prueba el sistema. Lleva unos segundos recordar el campeón de la Copa 2001 (el Zaragoza) y se pronuncia de inmediato el verdugo del Real Madrid en esa edición (el Toledo). Es decir, el torneo deja historias que conmueven. Como la del Numancia de los milagros con el viejo sistema, que sin Viriato dio para un libro.

La competición descubre al país el otro fútbol, que se aprieta el cinturón y pisa hierba artificial. Y pone a prueba la solidaridad del grande, que en gesto magnánimo deja la propina de jugar sobre césped de pega o exprime el reglamento para pasar en el despacho. También asoman héroes de un día, como Madrigal, que le metió tres al Barça en Novelda. O Kali Garrido, del Figueres, que sólo marcó uno, pero también se hizo verdugo blaugrana. Y tienen una jornada de gloria técnicos modestos como Corchado sacando los colores a los suplentes de los poderosos. Viendo montajes de gradas supletorias y precios de entradas, el torneo toma apariencia de Plan Marshall. Y el día después deja algo para recordar. Eso, lógicamente, me parece de cine.