Fechas y metáforas
Estaba ayer viendo un partido de la Champions junto a Hanif, el hijo mayor de mi amigo Karim que se ha venido hasta este rincón remoto del mundo (desde su punto de vista, claro) para lograr conocimientos que le permitan mejorar su vida allá en Pakistán. Esto del fútbol le resultaba de lo más extraño y le expliqué que en realidad se trata de un deporte tan popular en España como lo es en Pakistán el polo. Este verano precisamente asistí a un partido de polo en Skardú, la capital del Baltistán, su región, en el norte pakistaní. Sin embargo, estoy casi seguro de que el heredero de la corona británica, asiduo practicante de este deporte hípico, no se encontraría precisamente cómodo entre aquella barahúnda de jinetes que se parecían más a una horda que a un equipo de estirados gentleman. El concepto deporte de contacto se queda corto para describir a un grupo de barbudos armados con unos mazos descomunales destinados a golpear una pelota. O no, para dolorosa desgracia del contrincante.
La verdad es que enseguida pensé en la presunta dureza de determinados partidos de fútbol o baloncesto en España. Los colonizadores ingleses descubrieron este deporte a su llegada al subcontinente indio y le aportaron conceptos modernos como el trabajo en equipo, el esfuerzo, la búsqueda de los propios límites, el fair play, aprender a ganar y perder. Valores que, a veces, se nos difuminan entre los caminos del espectáculo.
En el vecino Afganistán practican otro deporte muy similar denominado Buzkashi, en el que el cuerpo decapitado de una cabra sustituye a la pelota. En aquel campo de Skardú, perdido entre gigantescas montañas, no había ni sofisticadas protecciones para los jugadores de polo ni elegantes miembros de la alta sociedad inglesa aplaudiendo. Me pareció haber regresado a tiempos pasados donde el deporte era mucho más que un mero divertimento. En el cercano Sandur Pass, un collado a unos cuatro mil metros de desnivel, se libra todos los años un partido que sistemáticamente acaba con jinetes sangrando y caballos reventados por el tremendo esfuerzo. Aquel partido se me reveló como una metáfora y a la vez un juego que evitaba males mayores. En vez de emprender guerras y matarse sin compasión, estas sociedades tomaron un día la sabia decisión de dirimir sus problemas compitiendo deportivamente. Y, en efecto, las tribus de Gilgit y Chitral cambiaron el campo de batalla por el campo del Sandur y el enfrentamiento bélico por un inofensivo (que no incruento, porque sangrar sangran) partido de polo.
En días como éstos, tan cercanos al segundo aniversario del 11-S que ha desencadenado tanto dolor, parece un buen momento para repensar en cómo solucionamos nuestros problemas. No soy tan ingenuo como para creer en un mundo en el que todo se arregle con un partido de polo o de fútbol. Aunque, como metáfora, no deja de ser un sueño a perseguir, ¿no les parece?