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Siguiendo a D. Quijote

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La narración de aventuras, sea a través de la literatura o de documentales, forma parte de nuestra Cultura, así con mayúsculas. No habría habido aventureros ni exploradores si no hubiese habido antes relatos donde inspirarse. Así lo demuestra la historia del propio Don Quijote, dispuesto a dar lanzazos a tirios y troyanos, disfrazados de molinos, a causa de las lecturas de libros de caballerías, y muy en concreto del Amadis de Gaula. Lo mismo que a Don Quijote, les ocurrió a Ulises o a Simbad.

Es muy significativo que dos de los libros básicos de la literatura occidental, y de nuestra propia cultura, la Odisea y la Divina Comedia, bien pueden calificarse de libros de aventuras. Estas leyendas que exaltaban el valor del aventurero, fomentaban la curiosidad y sirvieron para poner en marcha a exploradores que ayudaron a extender los conocimientos que la humanidad tenía del mundo y de sí misma. Con palabras inflamadas de aventura se construyeron los pilares de una civilización moderna que, aunque a trancas y barrancas, superó la barbarie —a veces con métodos bárbaros, todo hay que decirlo, como cuando en la segunda guerra mundial se derrotó al nazismo—y nos dieron la perspectiva de una sociedad más justa.

Fueron un puñado de hombres y mujeres valerosos los que se adelantaron a su tiempo, muchas veces incluso en contra de los dictados de su época, arrastrando peligros por querer ver más allá, por llegar más lejos, por saciar sus ansias de conocimiento. Unos, como Giordano Bruno, no tuvieron mucha suerte y acabaron en la hoguera avivada por el dogmatismo religioso. Otros más afortunados sólo sufrieron el desprecio de tanta gente que el diccionario llegó a aplicar la palabra aventurero a "personas con oscuros o malos antecedentes, sin oficio ni profesión...".

Pero si esos hombres, de Colón a Mallory, cambiaron el mundo fue por las ideas que se forjaron a través de magníficas obras que les llevarían a descubrir un continente o a tratar de escalar el Everest. El domingo abrimos de nuevo la ventana de Al filo en TVE con la fuerza que nos da ese espíritu. El ejemplo y las narraciones de aquellos aventureros nos siguen animando en nuestro trabajo, con la esperanza de que acicate la curiosidad de nuestros espectadores. El grado de desarrollo que alcanza una civilización lo da los libros que lee y, deduzco yo, que la televisión que ve. En la medida de nuestras humildes fuerzas, les ofrecemos una alternativa a los Pocholos, Dinios y demás restos de serie erigidos en líderes de opinión, y con audiencias muy superiores a las que suele merecer por ejemplo un pensador como Fernando Savater. Cobijados a la sombra del caballero de la Triste Figura salimos de nuevo a cabalgar en pos de la aventura. Están invitados a acompañarnos.