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Liga de Campeones | Real Madrid 4 - O. Marsella 2

De recital en recital

Fabulosa remontada del Madrid. Zidane, exquisito. El Olympique duró media hora. Dos de Ronie

Actualizado a
<b>GENIALES</B>. Beckham y Zidane fueron dos de los jugadores más destacados del partido.
j. aguilera, a. aparicio, macario muñoz, c. martínez y a. gonzález

Es difícil explicar cómo empieza todo, cómo se desencadena. El caso es que de repente te encuentras envuelto. Si consigues abstraerte un poco, que no es fácil, compruebas que la hipnosis es colectiva, porque todos los que miran sonríen. No es una actitud pasiva, se acompaña de comentarios, al principio elogiosos y después faltones, insultos en toda regla, que es la forma más sublime del halago.

El incendio surge siempre con un chispazo, con dos buenos pases o con algo que se inventa Zidane. Y ya está liada. Es como una inundación de talento que deja al enemigo, que parecía apuesto, convertido en el payaso al que le estrellan todas las tartas. Así fue el partido, aproximadamente.

Da igual lo que suceda alrededor o lo que hubiera pasado antes si el Real Madrid se pone a jugar al fútbol. Por eso no importó que el Olympique llegara con peligro y descaro, ni siquiera que se pusiera por delante. No está el miedo entre los sentimientos que inspira el Madrid, ya no. Además creo recordar que había algo en el ambiente que daba seguridad, un buen presagio, o quizá fuera Zidane.

Sí, debía ser Zidane. Porque si es cierto que todos jugaron bien, lo suyo fue excelso. Y no hablo de sus detalles, siempre maravillosos, hablo de su presencia, de su capacidad para dominarlo todo y para construir lugares en los que no está, como la banda izquierda, de la que tomó posesión Roberto Carlos.

El placer viene cuando se suman los otros, como ayer. Entonces el Madrid sí es un equipo, el mejor del mundo, mejor todavía con la incorporación de Beckham, un gran futbolista que ha sido adoptado por el Bernabéu con un fervor paternal.

Frente al Olympique, se confirmó que el rendimiento del inglés se multiplica en el centro del campo, porque, además de su brega, ofrece una salida en largo que jamás había explotado este equipo, vicioso del pasecito en corto. Los pases de Beckham agrandan al Madrid y son el camino más corto para liberarse de la presión enemiga, antes un problema.

Uno de esos pases propició el primer gol, el empate. Fue un toque seco, de esos que suspenden el balón en el aire. La pelota no parecía tener sentido porque llegaba por detrás de la línea de delanteros, pero Roberto Carlos se lo dio: empalmó a media altura y hacia abajo (no lo prueben, señores) y el misil entró por la escuadra. Cosas así convierten un partido en una superproducción, en Hollywood, en el barco de Briatore, en lo que imaginen más festivo. Y el vendaval consiguiente no hay quien lo pare.

El rodillo. Otro pase de Beckham le dio una idea a Salgado, que penetró, le salió un tipo y le hizo el Bisbal: giro de cintura hacia el norte y escapada por el sur, regalo a Ronaldo y el otro que lo acepta. Y después Zidane, que se va de crucero por el campo, y otra vez Ronaldo y el penalti de Figo y los que pudieron pitar y el milagro de Casillas. Simplemente maravilloso.

Situaciones así, tan placenteras, provocan en el público reacciones extrañas. Por ejemplo, los momentos de mayor esplendor tienen un efecto embriagador en los espectadores, que, de pronto, comienzan a hacer generosas sugerencias, actitud impagable cuando al que firma no se le ocurre nada: "Pon que a Zidane le deberían pitar falta en todas las jugadas". ¿Por qué? "Porque las controla todas con la mano". Muy bueno esto. Y viene otro cautivado por el sistema invisible: "Pon que quien quiera equilibrios que se vaya al circo. O mejor aún, pon que para equilibrios Pinito del Oro". Y llega otro extasiado: "Pon que no hace falta entrenador, que bajen a Di Stéfano con la gorra...". Y así se marchan todos, hablando solos, sonriendo.

El fútbol no suele ser así, pero esto ya lo dijimos la última vez y sigue siendo. Yo llamaría a todos aquellos a los que no les gusta para que probaran. Es el momento, ahora o nunca.