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El milagro se hizo rutina

Ahora que ganar a Rusia se ha convertido en una sana costumbre (balance: 8 a 5 para España), me viene a la memoria la primera vez. Cuatro de octubre de 1973, en el viejo Palacio de Deportes de Montjuïc. Y no era Rusia, claro, sino la URSS (balance: 9 a 36... para ellos). Era una semifinal del Eurobasket (18ª edición) y yo vi el partido tras la cristalera de la sala de Prensa, casi en la techumbre del recinto. A mi lado, ¡oh, sorpresa!, el ex secretario general de la FIBA, Boris Stankovic. Era inconcebible que la URSS quedase fuera de la final, así que cuando Miguel Ángel Estrada le puso aquel tapón decisivo e histórico a Sergey Belov, cuando se vio que ganaba España, que íbamos a disputarle nosotros el título a Yugoslavia, Stankovic y yo nos miramos con mutuas caras de asombro. El secretario general de la FIBA no pudo reprimirse: "Increíble", dijo. Y lo era. No les habíamos ganado nunca. Y en los diez años siguientes sólo pudimos ganarles otra vez.

Lo conseguido por Buscató, Brabender, Luyk, Estrada, los hermanos Sagi-Vela y compañía fue un milagro que, insisto, ahora parece rutina. Hemos ganado a Rusia en los Europeos del 93 (Alemania), del 95 (Grecia), del 99 (Francia), de 2001 (Turquía) y de 2003 (Suecia). Sólo pinchamos —ironía— en el Eurobasket de Barcelona 97 (67-70). ¿Qué significa todo esto? Muy fácil: la ranita española se ha convertido en príncipe.