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A palos y a cuartos

La diferencia entre Serbia y Soberbia (así, con mayúscula pecaminosa) es OBvia: una derrota. No están acostumbrados a perder, ni saben perder. De cualquier modo, es injusto generalizar. Junto a impresentables como Kicanovic, Nakic o Drobnjak siempre hubo caballeros como Dalipagic (¡ay, el gran Praja!), Bodiroga o Vukcevic. El problema, más que de personas, es de fondo, colectivo. En deporte profesional los yugoslavos identifican derrota con humillación. No caben términos medios. Se gana o se fracasa. Cada partido es una batalla a vida o muerte. Y en basket se sienten los mejores. No se someten ni al Dream Team.

España lleva una marcha inmejorable. Ganar, de tacada, a Rusia y Serbia, añadiendo un recital ante el anfitrión, es una prueba irrefutable de talento. Pero la cosecha está todavía por recoger. Recordemos que en Indianápolis no estuvimos en el podio pese a batir al Dream Team y a Yugoslavia. El cruce de cuartos sigue al acecho, como el lobo de Caperucita. No es una norma fija, pero el campeón de un gran torneo suele ir de menos a más. Y España, pese a su calidad y gran juego, aún no es un equipo redondo. Necesitamos algo más de rebote y algo más de batuta para ser inasequibles.