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La gira asiática

Acabo de regresar de Pakistán para descubrir que podía haberme ahorrado este mes de vacaciones porque me parece que fue ayer cuando me fui y el mundo sigue tal cual le dejamos. De nuevo la liga de fútbol, casi con los mismos protagonistas, excepción hecha de Beckham y Ronaldinho, más atentados terroristas, aún más salvajes en Irak, más asesinatos selectivos en Palestina, el mismo plan de Ibarretxe, que viene a ser la misma cosa perseguida por el PNV desde los tiempos de ese racista que fue Sabino Arana, o seguimos mareando la perdiz con inventos tan modernos como desempolvar la Corona de Aragón.

En fin que si no fuera por el gol de Beckham y la muerte del bueno de Mario Onaindia la portada de los periódicos bien pudiera haber reeditado la de hace treinta días. Y es que lo malo de las sociedades civilizadas es lo previsible y aburridas que son. Lo aún más bueno es que, como ya habrán notado ustedes, es que en el resto del mundo se vive mucho peor. Mejor dicho, en el resto no se vive. Por ello precisamente he pasado mis días de vacaciones trabajando con los amigos de la ONG Sarabastall de Caspe en un proyecto de ayuda a un valle perdido del Karakorum. Como el Madrid nosotros también hemos hecho nuestra particular gira asiática. Así que nos trasladamos con un médico del hospital Maz, un arquitecto, dos ingenieros agrícolas, una profesora y dos colaboradoras a la aldea de Hushé situada a 3.200 metros al pie del Masherbrum. Durante veinte días nuestro médico, que ha venido agotado y sin una sola de las medicinas que nos llevamos, ha atendido en jornadas maratonianas a casi la mitad de los 800 pobladores de Hushé. Gracias a sus conclusiones podremos comenzar a vacunar el año que viene y a hacer un poco más llevadera la vida en este duro lugar de montañas. También comenzamos a poner en marcha el proyecto agrícola que les procurará en muy poco tiempo mejores cosechas y mucho más productivas.

Puede parecerles un sin sentido, porque en nuestra sociedades ya se ha olvidado, pero en Hushé el primer problema al que se enfrentan es poder comer. La mayoría de los niños apenas comen una taza de té baltí con manteca rancia y unas tortitas de harina. Hay desnutrición, y aunque no se roza la miseria, la alimentación es poca y deficiente para las necesidades de un organismo sano. El proyecto de educación, puesto en marcha hace dos años, comienza a dar sus primeros esperanzadores resultados, que, muy poco a poco, las niñas comienzan a igualar al número de niños.

Como remate, este año la fundación Crecer Jugando nos ha donado 3.000 juguetes que hemos repartido entre los niños de todo el valle. Ver la cara de esos niños es el mejor premio que se puede recibir. A nosotros no nos han asaltado las mozas que se les tiraban al cuello a Ronaldo y compañía. Pero pueden estar seguros de que también nos quieren en Asia.