El repetido precio de la fama
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Doce y media de la noche, aledaños de Mestalla. Varios aficionados ches preguntan con sorna cómo ha ido el debut de Beckham en España. Como si no lo supieran. Nueve de la mañana en el hall de un hotel de Valencia. Varios seguidores sonríen leyendo las críticas al inglés. Once de la mañana, en una gasolinera de la A3 que une Valencia con Madrid. El empleado de turno despotrica del juego de su equipo. Es el llamado impacto mediático que tanto ha buscado Florentino Pérez. Este Madrid no deja indiferente a nadie, ni a forofos ni a enemigos. Jugar bien es una obligación, hacerlo mal, un fracaso, aunque sea en pretemporada y en un simple bolo. No hay tregua, o disfrutan los madridistas o lo hacen los que rezan porque el buque galáctico se estrelle. No se puede pedir tiempo muerto.
El viaje a tierras levantinas me ha servido para comprobar que no me gustaría estar en el pellejo de los que mandan en el Madrid. Valdano protegido para acceder al estadio, Beckham ultrajado desde el primer minuto, Queiroz cuestionado porque no desatasca las ideas de tanto genio en el centro del campo. Y en la grada, continuamente, con pancartas o comentarios, alusiones directas a lo que cobran las estrellas del equipo. Pero me consta que a Florentino le va la marcha, y la presión. Otra cosa es que el resto compartan ese sello que va pegado a la camiseta del Madrid. Pero el asunto se pone bravo, más que en temporadas anteriores. Es como jugar a rojo o negro en el casino, doble o nada. Y a veces no valdrá ni tan siquiera ganar la apuesta.
