¿Por qué todo nos cuesta tanto?
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Ésta es la cuestión: ¿por qué todo nos tiene que costar tanto? Periódicamente interrumpo mi abstraído descanso en el frondoso Parque Natural de Gerés, al norte de Portugal, para interesarme por el gran interrogante de las últimas semanas, de los últimos meses, si me apuran hasta de los últimos años. ¿Habremos fichado ya al tal Ibagaza? Digo lo de tal, porque me empieza a parecer ya un ente de ficción, una especie de caballero medieval, bien armado, al que uno atisba siempre entre las brumas, pero que nunca termina de ver ni palpar. Me pregunto una y mil veces si tan complicado es hacernos con sus servicios y no alcanzo a encontrar respuesta alguna. El personal de servicio de la pousada de Sao Vento, en la que me encuentro, ha empezado ya a conocer de la existencia del célebre Caño y con un cierto grado de sorna me pregunta cada tarde si se ha resuelto ya el trascendental dilema.
Una vez más constato que lo fácilmente realizable está reñido con la liturgia de la extrema dificultad que nos define a la hora de cumplir nuestros anhelos. Parece como si no pudiéramos vivir sin este tipo de situaciones de incertidumbre, ni en esta época estival en la que la única certeza es despoblar la mente de inquietudes. Por el bien de nuestra salud mental y de los esquemas del ponderado entrenador, deseo que se resuelva cuanto antes este asunto. Que se vista de rojiblanco o que se quede endulzando su paladar con las ensaimadas mallorquinas. Al menos, en esto último saldrá ganando el caballero medieval Ibagaza: El deseado.