Yo digo Vicente Carreño

Afición cinco estrellas

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Temíamos un diluvio —ya se sabe, los elementos nunca estuvieron al lado del Atleti— y fue un diluvio de alegría, fiesta popular, Atleti, Atleti, Atleti, homenaje a los antiguos ídolos, tipos ahora gordos y con canas, pletóricos de arrugas, viejos ilustres, porteros singulares con artritis, Gárate cojeando de su pierna gloriosa, pero elegante y lúcido, Leivinha hinchado como un globo, Ayala el Ratón disfrazado de D’ Artagnan, y Jabo, el gran Irureta, de pellas con el Depor, ajeno a la Liga que se juega hoy en Mallorca, bañándose en la calidez del Manzanares. Y la tribu feliz jaleando todo y a todos. ¡Atleti, Atleti, Atleti!

Fue un día de emoción atlética, ejemplo de participación ciudadana, lágrimas rojiblancas por las calles, indios —como dice Manolete, siempre es mejor ser Jerónimo que el Séptimo de Caballería— comiendo paella en la pradera de San Isidro, paracaidistas sincronizados y precisos en el césped del Calderón, y una bandera inmensa, corazón atlético gigante, tan gigante como el sentimiento que se desplegó desde Neptuno hasta el Calderón, donde Madrid se hace sur. Falló el himno tabernario y canalla de Sabina por extrañas razones mercantiles. Ellos sabrán por qué no sonó en el apogeo de la fiesta. El himno dio el cante. Y el petardazo, antes de que el castillo de fuegos artificiales atronara en la noche, se lo reservaba el equipo, que se hizo el harakiri ante Osasuna, como si quisiera poner su granito de arena para aumentar la leyenda maldita del Atleti. El Centenario demostró que este club tiene una afición de Guinness y... un equipo de pena.

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