Yo digo José Ribagorda

Cien años de singularidad

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Aún recuerdo, como si fuera ayer, las lágrimas que cayeron por mis mejillas de adolescente cuando un gol absolutamente imposible y profundamente irracional nos arrebató una Copa de Europa que por derecho habíamos ganado. Por entonces, era demasiado bisoño para entender cuál era el sino de la filiación a la que me había consagrado. Con el paso de los años fui entendiendo que aquello no fue una trágica casualidad. El Atleti, en estos cien años, se ha hecho grande en la derrota. No han faltado rutilantes victorias con las que el azar, de cuando en cuando, premia nuestra sufrida abnegación y nuestra perseverancia, pero , sin duda, es esa manera de perder o de palmar como dice Sabina, tan recurrente, la que nos ha conformado un estado de ánimo desabrido que, en cualquier caso, siempre reniega del desencanto. Y es que nos quejamos, pero orgullosos presumimos de pertenecer a esta legión de humildes que desdeña de la altivez y la arrogancia de los que a nuestros ojos se han hecho pequeños en su inmensa grandeza forjada de victorias.

Cumplimos cien años. Diez décadas de desencuentros con la fortuna, mil veces esquiva. Son cien años de revolverte contra un destino que a veces parece querer tornarte anodino, indómito y constante como esas vociferantes gradas del Calderón, y el Atleti eligió hace mucho tiempo ser uno de los grandes y nada ni nadie ha conseguido que desista de ese empeño. Un equipo que es pueblo llano y élite al mismo tiempo, que encarna el principio de lo siempre inesperado e imprevisto. Por todo ello y por las inmensas alegrías que con cuentagotas nos das, gracias Atleti y felicidades.

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