Lo importante era estar y estuvieron unos 20.000 espectadores, diseminados por las gradas y concentrados, especialmente, en el palco, donde no cabía un alfiler ni tampoco le hubieran dejado entrar. Esta peculiar distribución de los asistentes nos sirve para concluir que tal vez el fútbol no es suficiente para atraer al público llano, al menos el fútbol sin pasión, que es como un cigarrillo de chocolate. Con las masas funciona mucho mejor Bisbal, no te digo Shakira, incluso repartir mejillones, aunque el esfuerzo del Madrid y de los que se vistieron de corto para jugar (y no para figurar) fue loable, mucho.

Todo empezó con unos niños portando la bandera de Galicia que, por cierto, y que el Bloque me perdone, podría ser la del Madrid, por los colores. Por lo que se refiere al fútbol, no jugaron Zidane, Ronaldo y Figo, que sufrían algunas molestias y que provocaron otras tantas. Aún con todo, los del Madrid fueron claramente superiores, tal vez porque algunos tienen cuentas pendientes y el vinagre da alas. Morientes, con dos goles, y Tote, con ninguno, fueron de lo mejor. También destacaron Solari y McManaman, este último cómodo en los partidos gominola y autor de un gol fantástico.

El combinado gallego, por su parte, se tomó el asunto como un encuentro más amoroso que amistoso, una pachanga en el jardín del vecino enrollado al que encima no le vas a destrozar los geranios. Tristán, autor de un par de genialidades, terminó lesionado y sería horrible que alguien pensara que no se puede ser bueno en esta vida. También le hubiera ocurrido en un entrenamiento, no enredemos.

Al final, todos gallegos, que era la idea, que esto era una cuestación en la que dabas una moneda y en lugar de una pegatina te jugaban al fútbol. Luego, mirabas donde querías, al campo, al cielo o al palco, que estaba Fraga. Lo importante, además de los 420.000 euros recaudados, fue el esfuerzo, enseñar la cara solidaria del fútbol y de los que lo rodean, que son una marea aunque, a veces, parezcan hilillos de plastilina.