Injusticia

Injusticia

Hay veces que la injusticia tiene número, en este caso es el G 89163. Nos pide la canción de León Gieco que "lo injusto no me sea indiferente" y ésta es la única razón que me mueve a escribir estas líneas. No es justo que, tantas veces, paguen justos por pecadores. Ya sabrán por muchas de estas columnas, que nuestro equipo ha tenido ocasión de compartir experiencias y riesgos, entre otros, con los miembros de el grupo de la Guardia Civil de actividades subacuáticas , cuyo nivel de excelencia sólo es comparable a su calidad humana que les hace jugarse el bigote para efectuar un rescate en condiciones donde muy pocos se atreverían a entrar. También saben que he defendido en este pequeño espacio la profesionalidad y competencia del grupo de rescate de montaña de este mismo cuerpo por ser, en mi modesta opinión, los mejor preparados y de mayor experiencia en este campo.

Ojalá tengan suerte esta primavera en el Everest. Por no hablar de tantos agentes anónimos que, del País Vasco a Kabul, realizan su trabajo por defender la libertad y la vida de las personas. Probablemente no haya gente en España que ponga tanto a cambio de cumplir con su obligación. Pero hay veces que una sola persona puede empañar toda la labor de un colectivo, y eso tampoco es justo, ni tolerable. No se trata de solventar asuntos personales en un medio de comunicación, sino de solidarizarme con los muchos otros que a buen seguro han sufrido la misma injusticia y no tienen la posibilidad de hacerlo público. Muchos conductores que circulen por la provincia de Guadalajara habrán sufrido lo mismo que yo y reconocerán mi relato. El pasado martes, mientras iba camino del Hospital Maz de Zaragoza a visitar a nuestra compañera herida, fuimos obligados a detenernos por un coche camuflado de la guarda civil. No pasábamos de la velocidad permitida en ese tramo, por lo que nos sorprendimos. Cuando el agente se acercó a nuestro coche a comunicarnos que yo, que iba al lado del conductor, no llevaba el cinturón de seguridad se dio perfectamente cuenta de que se había equivocado.

Hay otras cuatro personas que pueden atestiguarlo. En lugar de pedir disculpas y reconocer que se había equivocado, intentó una chulesca huida hacia adelante que incluyó amenazas que yo no había oído desde el final de la dictadura, del tipo "acabará usted en el cuartelillo", mientras se ajustaba la pistola al cinto. Sus dos compañeros, sin duda avergonzados pero sin coraje para detener tamaña insensatez, bajaban la vista y terminaban de redactar, a sabiendas, una denuncia injusta. Si miran ustedes el diccionario sabrán que este comportamiento tiene un nombre y, además es injusto, pero no sólo porque yo lo haya sufrido. Es injusto para los hombres con los que he tenido la suerte de compartir aventuras y que arriesgan a diario su vida para que individuos como éste, desde la comodidad y prepotencia que le concede su uniforme, tiren su trabajo por la borda.