¿Qué le pasa a Luis?
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Los que saben de verdad de esto le profesan un inconmensurable e inalterable respeto. Para alguien, como yo, que se asoma de puntillas a este complejo universo balompédico sería suficiente ese inagotable crédito para mostrarle mi más incondicional consideración, pero es que además solo tengo que visionar por encima su trayectoria como entrenador para darme cuenta de su tremenda valía. Me impresionó su desprecio al vértigo cuando decidió coger las riendas de un Atlético herido de muerte en la oscuridad de la Segunda División, me asombró su capacidad para fajarse ante unos equipos y una categoría que desconocía y me sigue deslumbrando su talento, ahora, que es capaz de ilusionarnos hasta con estar en Europa.
Tanta admiración y reconocimiento por Luis Aragonés no me impide, sin embargo, constatar su estado de irritación permanente y continuo. Un día son los jugadores del equipo los que reciben sus encendidas diatribas, otro día les toca a los periodistas sufrir sus desbordadas palabras y cuando no, también la toma con los colegiados. No voy a entrar en si lleva o no lleva razón, pero me llama mucho la atención su aparentemente crispado y alterado estado de ánimo. ¿Será la edad que a todos nos vuelve más intransigentes? ¿Estará tan de vuelta de todo que no está dispuesto a pasar ni una? No tengo ni idea, ni pienso investigar no sea que también me caiga alguna.