Galácticos y proletarios

Liga de Campeones | Lokomotiv 0 - Real Madrid 1

Galácticos y proletarios

Galácticos y proletarios

Jesús Aguilera, Jesús Rubio

El Madrid trabajó a destajo para vencer. Todos se dejaron la piel. Casillas y su defensa, perfectos

Lo que consiguió ayer el Madrid en Moscú es de un mérito inmenso. Me atrevería a decir que tiene tanto valor como cualquier victoria en un campo sagrado: Old Trafford, San Siro, pongan el que más les guste. Porque lo que logró ayer el Madrid fue encadenar tres proezas (Dortmund, Milán, Moscú), tres partidos en los que tuvo la soga al cuello y en los que salió bien librado. No me digan ahora que el Lokomotiv no es nadie, porque los que no son nadie son los que no juegan la Champions. No me cuenten que el Milán vino a pasearse o que el Borussia no es el Bayern (esto es cierto, es mejor).

Pero hay más. El Madrid también demostró que es capaz de morir corriendo, y esto no lo sabíamos. Ayer el equipo (del primero al último) entendió la dificultad del campo y la importancia del partido. Y es reconfortante cuando los grandes jugadores son capaces de estar a la altura de la pasión de la grada.

Fue durísimo. Era un explanada de tierra llena de agujeros. Y en esas condiciones era tan importante dominar el campo como el rival, que salió motivado, vayan a saber si por la prima del Borussia o por el orgullo de los zares. Era exactamente el partido más hostil al Madrid que pudiera imaginarse, porque casi importaba tanto el talento como la brega.

Zidane, al que se le tiene por poeta y por jugador de billar, fue tal vez quien más llamó la atención, en la primera parte especialmente. Hemos descubierto que también es un domador de pulgas. Nadie le hubiera culpado por jugar mal en semejante patatal, pero se involucró con una obstinación admirable: utilizó su cuerpo para proteger la pelota, para esperar a que aterrizara sobre una mata de hierba y una vez controlado el saltimbanqui, comenzar el reparto.

Pero como en las dedicatorias de los viejos programas de radio, sería injusto señalar un solo nombre. La defensa se reveló pronto inexpugnable, perfectos todos. Pavón, en su caso, superó una de las pruebas más duras de su aprendizaje. En ciertas ocasiones sigue pareciendo blando, pero ayer, ante el rival más duro, fue un central implacable. Lo que ocurre con él es que como no es nada sobreactuado, siempre parece algo inferior. Si lo que le falta es heroísmo ayer acumuló muchos cupones.

A Helguera en cambio no le falta nada. Es un guerrillero. Tiene en las venas la sangre de los aficionados más recalcitrantes, aquellos que no duermen antes de las grandes citas. Pero fueron todos, ya digo. Solari, fuera de su sitio natural, entendió todas las exigencias del partido y cuando lo sencillo hubiera sido conservar y guardar el lateral se lanzó en cuanto pudo al ataque, valiente.

En otras épocas, que a este paso se nos terminarán por olvidar, el Madrid hubiera sucumbido a tanta contrariedad. O le hubiera entrado el miedo. Pero no fue así. Y eso que el Lokomotiv tardó muy poco en llegar. La más clara fue al saque de un córner: un error de marcaje dejó solo a Evseev y este remató picado, tanto que el balón se escapó rozando la escuadra. Susto.

Sin embargo, el Madrid tenía templado el choque, extrañamente controlado. Sabía estar tan pendiente de los inciertos botes del balón como los jugadores rusos. En ese aspecto fue decisivo Makelele, incansable, todo piernas (en fin), el único futbolista del Madrid que vio que de estas trincheras también se sale repartiendo palos. En este sentido, una patada en los riñones a Loskov resultó de especial mérito.

Y en el minuto 35 Ronaldo encontró la única pepita de oro. Fue una buena triangulación en la frontal que Raúl aclaró con un pase a Figo, que penetraba en solitario. Su pase a la olla se escurrió entre la defensa y fue cabeceado por Ronaldo. Cualquiera que dude que este futbolista es un milagro es que ya no cree en nada.

Pero en contra de lo que pudiera pensarse, comenzó el verdadero sufrimiento. Porque el partido, acabada la primera parte, llegó a un punto en el que era mejor volver que adentrarse en el bosque. Y cada minuto que pasaba introducía mayor incertidumbre, con el Madrid replegado, jugando al patadón (Figo incluido), y los rusos a la carga, haciéndose sitio a empujones.

Y cuando las cosas se ponen así todos miran a Casillas, lo suyo es otro milagro. Cuando faltaba menos de un cuarto de hora, salvó un remate a bocajarro de Evseev. Justo después llegó el gol del Borussia en Milán. El Madrid pendía de un hilo, porque un tanto del Lokomotiv le dejaba fuera.

El resto fue una agonía. Loskov, el más talentoso de su equipo, remató fuera una buena incursión por la derecha. A falta de un minuto y medio, la pelota se enganchó en un volcán y Pavón no pudo despejar. Julio César, desde el área pequeña y con todo a favor, la mandó alta.

Se clasificó el Real Madrid. Y no hubo aspavientos, ni celebraciones exageradas. Se entendió más bien como un trabajo cumplido, lo que dice mucho del grado de motivación de los futbolistas. Algunos equipos, muchos, diría yo, se deshacen por la autocomplacencia, por recortar sus objetivos. No el Madrid, cuya obsesión es ganar la Champions después de haber batido a todos lo grandes pesos. Y va camino.

Me resulta difícil imaginar quién puede derrotar a este equipo a dos partidos, pues en una eliminatoria su capacidad de concentración (su único punto débil) permanece intacta, multiplicada incluso por la grandeza del rival. Ayer el Madrid ganó en Rusia y acabó con otra maldición. Para los aficionados cada vez resulta más forzado sentir miedo. Y sucede justo lo contrario con sus rivales. El Madrid salió ayer de un atolladero y ni siquiera levantó los brazos. Está haciendo historia y no hace falta alejarse mucho para darse cuenta.