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Alfredo Evangelista: "Ahora me siento más campeón"

El púgil que le aguantó quince asaltos a Muhammad Alí pelea ahora por reconstruir su vida tras pasar cinco años en la cárcel y superar un cáncer

<b>VUELVE A SONREIR.</B> Evangelista sostiene entre sus brazos el cinturón de campeón de Europa. Luego, le llegaría el mítico combate con Muhammad Alí.
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Como muchos de su estirpe, Alfredo Evangelista fue víctima de la vida al límite cuando se nació para vivir con el cinturón apretado. A él, le aceleró la existencia aquel mítico combate de 1977 con Muhammad Alí. Tronco cincelado y melena beatleliana, por entonces era un guapo de 21 años que le aguantó quince asaltos al boxeador más grande de la historia: "Lo que más me llenó fue encerrarme entre doce cuerdas con Dios, fue lo más grande".

Ese combate lo ha peleado miles de veces en su cabeza y aún dice sentir sus manos contra la mandíbula de Alí: "Era como tocar a Dios, hay que estar ahí para sentirlo". Aquel pipiolo envalentonado se mentalizó para tamaña empresa sintiéndose un privilegiado. Aquello era cruzar los guantes con el púgil que revoloteaba como una mariposa y picaba como una avispa.

Bravatas de Alí. A Evangelista no le importó ni eso, ni las bravatas que le lanzó en el pesaje: ‘Te voy a destruir en el quinto asalto, toro, me repetía’. "Yo no entendía nada, pero me lo traducían. Pensaba que no iba a pelear con un boxeador, sino con un dios. Arriba, ya pasaría lo que tuviera que pasar. Sí perdía, lo haría con un mito, y si ganaba, entraba en la historia. Tengo el vídeo y hasta pienso que le pude ganar, pero no... Lo di todo, contra lo que dijeron muchos. A Alí sólo se le aguantan quince asaltos si te vacías".

Aquella derrota, que fue como una victoria, fue doble porque le confundió los valores. La pasta y la fama le hicieron la misma envolvente tantas veces contada en casos como el suyo: "¡Cheee!, no te das cuenta. Todo es color de rosa y todo te parece muy bonito. Viví bien, muy bien, no me faltó de nada". Hasta que le faltó y el vivir se lo ennegreció la gran dama blanca que todo lo sube y lo baja: "Nunca tomé cocaína para boxear. Fue después, ya retirado, cuando me metí en ese mundo. Bebía whisky como un animal. Lo reconozco, como que también estafé con las tarjetas de crédito. Pagué por ello. Ahora, lo único que puedo decir es que la cocaína no sirve para levantar la cabeza y que se puede salir de ella". Ahí comienza la duda. Muchos dijeron levantarse cuando aún soñaban con ella.

La cárcel. Evangelista se agarra a sus cinco años en prisión y al cáncer que ha superado para no defraudarse: "Ahora me siento más campeón que antes porque aprendí a entender la vida como algo bonito que hay que disfrutar. Tengo cuarenta y ocho años y quiero vivir". Los cinco años en la cárcel le han marcado: "No se lo deseo a nadie. A mí me respetaron por ser quién era, pero lo he visto pasar muy chungo a mis compañeros". Ahora, le preocupa la imagen, tan deteriorada por el pasado. De su cartera extrae una foto que dice sólo enseñar a los íntimos. Está calvo y chupado por la quimioterapia que recibió. "No quiero salir en los periódicos para que la gente se ría de mí. Quiero que vean que he cambiado. Que intento ganarme la vida con el restaurante". Como si aún viviera en el mundo del boxeo, en el que funciona mucho el boca a boca, la mirada a los ojos y la imaginación, puede elucubrar que todos son sospechosos de algo, Evangelista siente la necesidad de sentirse un ciudadano honrado, de lucir y enorgullecerse con una imagen limpia.

El golpe. Aún recuerda aquellas estafas con José Luis Herrero, una especie de Paul Newman en El Golpe, un Robin Hood del boxeo: "Íbamos a las agencias y pedíamos billetes de tren a crédito. Nos los daban y luego los descambiábamos en la estación por el dinero. Eran otros tiempos y Herrero fue un maestro del trapicheo. Eso sí, todos los boxeadores que tuvo nunca se murieron de hambre". No tiene dudas Evangelista de que el boxeador es hijo de la calle y del ayuno forzado: "Ahora el boxeo es peor porque no hay tanta hambre como antes. Yo viví una época muy buena en España con Urtain, Velázquez, Perico...".

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Los recuerdos se le amontonan justo cuando pisa el antiguo Palacio de los Deportes. Allí peleó cuatro veces y en el antiguo gimnasio había cruzado guantes y esculpido el cuerpo: "Son muchos recuerdos los que se me vienen a la cabeza. Había verdadera afición por el boxeo. Y también acudían los famosos, pero no como ahora, que vienen a pasear y a mostrarse. Antes, venían, pero no se movían de su sitio".

Se siente fuerte Evangelista en el chamuscado recinto. Mira las gradas destruidas por el incendio y se le pone la cara de campeón. El viejo coliseo madrileño pasa por la misma etapa que él: se está reconstruyendo. También se siente seguro en su restaurante Mama Adelcia, junto a los suyos. En El cielo protector, la novela de Paul Bowles, los rayos de sol que iluminan la cristalera del establecimiento serían interpretados por su protagonista como un buen augurio de futuro...

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