Edwards, un portento
Durante mucho tiempo la línea media de la selección inglesa estuvo formada por los incombustibles Wright y Dickinson. En mayo de 1955 los pross se enfrentaron a España en Chamartín. Era el primer España-Inglaterra después del gol de Zarra en Maracaná. Esta vez el capitán inglés, Billy Wright, ocupó el centro de la defensa y en el centro del campo apareció un joven de enorme fortaleza física junto al veterano Dickinson. Llamó la atención de todos los espectadores. Aquel jovenzuelo de dieciocho años no sólo tenía unas facultades portentosas sino que construía juego con la ciencia y calidad de un veterano. Era Duncan Edwards. Luego ganó dos títulos ligueros con el Manchester United y regresó a Madrid para participar en la semifinal de la segunda Copa de Europa frente a Di Stéfano y sus muchachos. Esta vez no pudo salir del terreno de juego con la sonrisa en los labios, pero mantuvo la alta valoración del público asistente. Meses después nos llegó el mazazo del accidente de Múnich. Vivimos con intensidad la pelea dramática que la fortaleza de Edwards sostuvo con la muerte. Esperábamos la noticia de una recuperación que no llegó a producirse. Con Edwards se fue un jugador, una persona, que gozaba de merecido prestigio y así le fue reconocido.