"Decir no a las inyecciones te dejaba sin equipo"
Es un personaje incómodo para el fútbol, como el mago que decide descubrir los secretos de sus trucos. Carlo Petrini denuncia el dopaje en el Calcio. Amenazado de muerte, solo, casi ciego, pasa los días en su pueblo natal, Monticiano. Sus revelaciones en el libro Nel fango del Dio Pallone (En el fango del Dios Balón) le han convertido en un maldito.

¿Cuándo decidió emprender su lucha contra quienes mandan en el fútbol?
En 1999, el Ministerio de Sanidad italiano publicó un informe en el que se decía que el riesgo de sufrir cáncer de hígado o leucemia para los futbolistas profesionales italianos entre los años 70 y finales de los 80 era un 35% superior al del resto de la población. Unos meses antes yo había sido llamado a testificar ante el fiscal Raffaele Guariniello, y fue él quien me informó de la muerte de muchos de mis compañeros durante mi etapa como jugador, la gran mayoría a edades muy tempranas y como consecuencia de enfermedades muy específicas: cáncer, leucemia, mal de Gehrig. Ninguno había muerto en accidente de tráfico...
Entonces, se considera usted un hombre con suerte...
De algún modo, sí. Yo sufro de glaucoma en los dos ojos, una enfermedad de personas muy mayores. Cuando regresé a Italia (vivió ocho años en Francia), el doctor que me trata todavía hoy en Empoli confirmó que todas las sustancias que me habían sido suministradas durante mi etapa de jugador habían multiplicado al menos por cien las probabilidades de padecer una patología de este tipo y además habían acelerado su desarrollo.
¿Recuerda la primera vez que se dopó?
Tenía diecinueve años. Era uno de los futbolistas más prometedores del Calcio. La Juve, el Milán o el Inter me seguían desde hacía tiempo. Recuerdo que fue en Ferrara, en un partido contra el Verona. Mientras estábamos en el vestuario aparecieron los médicos con una botellita pequeña, como de refresco, con un líquido claro con trazos rojos y amarillos flotando. En aquellos tiempos no existían jeringas desechables, se usaban de vidrio, hirviéndolas con la aguja entre uso y uso. Aquella aguja entró cinco veces en la botella y se clavó en cinco traseros distintos aquel día. Nos pidieron que no calentáramos muy fuerte. Antes de salir del vestuario, a los pocos minutos, saltando éramos capaces de tocar el techo con la cabeza, un techo de tres metros de alto. Sobre el campo podíamos morir, porque no nos cansábamos nunca. Podíamos pasar el partido sin parar de correr, esprintando arriba y abajo sin sentir cansancio. Después del partido nos entraba un bajón tremendo, y cuando ya pensábamos que se había pasado, venía lo peor: la lengua se hinchaba tanto que no cabía en la boca, no podíamos casi ni respirar y terminábamos durmiendonos como piedras, como si nos hubiera atropellado un camión, allá donde nos diera el bajón.
¿Se hablaba de eso en el vestuario?
No. Imagine mi situación, que era parecida a la de los demás. Yo venía de una familia humilde y veía que mi vida podía ser mejor que la de mi padre gracias al fútbol. Eran tiempos difíciles, tras la guerra, el hambre... Nuestros contratos no eran como los de ahora, de tres o cuatro años, sino anuales, y debíamos renovar cada año. Decir no a las inyecciones podía dejarte sin equipo de forma inmediata.
O sea que, como dice en el libro, ¿se podía hacer todo sin decir nada?
Eso es lo primero que te enseñan. Todo lo que he contado lo saben mis ex compañeros que siguen vivos, pero nadie quiere hablar. Otra vez, en el Genoa, en un entrenamiento, el masajista llamó al segundo meta, Emerik Taravocchia, y le dijo que le había traído un buen vino blanco y que quería que lo probara. Bajó al vestuario y cuando subió parecía un loco. Trepaba por la red. En un choque con un compañero se le pusieron los ojos en blanco y creíamos que había muerto. Luego supimos que en el vino habían puesto algo que querían probar con alguien antes de dárnoslo a los demás en el partido del domingo. Esa era la realidad, la vida de un chaval de 20 años valía menos que un resultado.
¿Cuánto vale ahora su vida?
No lo sé. Sólo sé que poco después de publicarse el libro recibí una llamada. La persona que contestó dijo que yo me acababa de marchar y el recado fue el siguiente: "Dile a ese hijo de puta que sabemos dónde vive y que tarde o temprano iremos a buscarle".
¿Tiene miedo?
No. Pero de todo lo que he contado, con nombres y apellidos, nadie, absolutamente nadie, se ha atrevido a decir nada nunca.
¿El Calcio está podrido?
Bueno, es difícil decirlo de forma tan general. En su día yo hablé del calcio scomesse (el escándalo de apuestas que terminó en el año 80 con jugadores como Petrini o Rossi suspendidos y con algunos clubes, como el Milán, descendidos a la Serie B). Hablé de Trapattoni, de Bettega, de Moggi, de Chiusano o de Boniperti. Los arreglos no han acabado: el último, que recuerde, fue en 2000, en el Atalanta-Pistoiese de Copa de Italia (se descubrió que había un número extrañamente alto de apuestas realizadas por familiares de jugadores de ambos equipos, pero el caso no llegó a nada).
¿Y qué me cuenta del dopaje?
Todos los días tenemos un caso nuevo. El año pasado, unos diez. Primero fueron condenados jugadores como Bucchi, Monaco o Gillet. Pero en cuanto comenzaron a salir nombres como Davids, Couto, Stam o Guardiola, el caso se empequeñeció. Las sanciones fueron menores y los casos, tapados. En mi época, ¡nosotros fuimos a la cárcel! De todos modos, Davids, Couto, Guardiola... Está claro que ellos no decidieron doparse. Como en mi época, los médicos, los masajistas son los que tienen el control de las sustancias. Pero los jugadores son los que pagan. Hay gente muriéndose, pero nadie es responsable. Dentro de veinte años veremos morir a jugadores de ahora, como en mi época.
¿Y un jugador juvenil, puede estar viviendo esto?
Probablemente. Yo, en el Varese, tuve como médico al que luego sería el doctor personal de Maradona. Este señor durante 15 días me puso tres inyecciones diarias en el tobillo izquierdo y una en la rodilla derecha sin que yo pudiera saber qué me estaba metiendo en el cuerpo.
¿Se puede hablar de dopaje sistemático en el Calcio?
Creo que físicamente los jugadores no son muy diferentes de nosotros. No tienen dos corazones, dos hígados y cuatro pulmones, pero juegan hasta cuatro partidos algunas semanas, corren como locos, se rompen y están listos en dos meses. ¿Es que de repente se han vuelto marcianos? Creo que no. Lo importante es que a final de temporada los resultados lleguen. Si hay jugadores que mueren, no pasa nada, ¡No les importa una mierda!
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¿Qué pasará si Guariniello va hasta el final con esto?
Que los culpables tendrán que pagar. Los doctores que administran las sustancias deberán pagar por las muertes de esas personas, que eran fuertes y sanas y que han muerto de cáncer y leucemia. Yo, cada mañana, doy gracias a Dios por estar ciego sólo de un ojo.