Me han dicho que, aparte de encestar, le da usted bien a la tecla.

—Mi mamá es profesora de piano, así que yo toco, pero de oído. Un poco de todo, en los ratos libres.

Este verano tuvo muchos. No estuvo en el Mundial de Indianápolis con Argentina.

—Me sorprendió mucho que no me llamasen, porque sí había estado en convocatorias anteriores. Además este último año fui campeón de Liga con el Atenas Córdoba, y me eligieron MVP de la final. Sin duda el seleccionador ya tenía armado el equipo y no quiso modificar su idea.

En sólo siete jornadas se ha hecho famoso en la Liga ACB. ¿Le vale con triunfar en Europa o quiere aún más?

—Mi objetivo ahora es mejorar cada día. Acabo de aterrizar acá y tengo que trabajar mucho para adaptarme. ¿La NBA? Sí, claro: es el sueño de cualquier jugador.

Dicen que le fichó el Fuenla para venderle al Madrid.

—Tengo aún dos años de contrato con el Jabones Pardo y estoy muy metido en el equipo, en la Liga. No he pensado nada para el futuro.

¿Por qué hay ahora tantos buenos jugadores argentinos?

—Allá se trabaja muy bien en las categorías inferiores. Con la referencia de jugadores que triunfan en Europa o la NBA, los chicos de once o doce años ya trabajan duro al ver que pueden vivir del baloncesto.

¿Es su caso?

—No. Yo empecé en serio más tarde, a los 16. Acababa de entrar en el Olimpia de Venado Tuerto cuando una crisis hizo que nos metiesen a los jóvenes en el primer equipo. Desde entonces jugué muchos minutos en cada partido, tanto ahí como en el Atenas. Y esa es la clave: minutos, oportunidades, trabajo.

Walter Herrmann Heinrich. Con esos apellidos, ¿cómo ha logrado pasaporte español?

—No ha sido por familia, sino por contrato laboral y acuerdos con mi país de origen. He tenido que esperar cuatro años.

¿Cómo es fuera del basket?

—Tranquilo, normal: feliz en Fuenlabrada, sobre todo ahora que vino mi novia, Yanira.