No nos merecemos algo así
Eramos un grupo de amigos en casa. Culés, madridistas y neutrales. En el descanso comentábamos que la libreta había cambiado de mano, que el Madrid de Del Bosque ofrecía más riqueza táctica que el Barça, que Van Gaal ofrecía flancos en defensa a un rival mutilado en esa zona. Del silencio de los simpatizantes azulgranas pasamos a su euforia cuando vieron que cambiaba el aire en los diez primeros minutos de la segunda parte.
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Cuando estábamos valorando el inteligente cambio de Raúl Bravo por Solari y cuando nos seguía sorprendiendo la oportunidad que perdía Riquelme en el partido de su vida, surgió el bochorno, la consternación y la rabia. Por una vez en la noche los tres grupos, incluido el de neutrales en el que me encontraba, nos miramos con sorpresa y angustia. No era posible que aquello estuviera ocurriendo. No era normal que un grupo de salvajes nos hurtara la ilusión puesta durante toda la semana en presenciar algo grande.
El momento más dramático llegó cuando vimos aquella botella de JB a medio metro de Luis Figo. Esa botella de cristal pudo matar a cualquiera de los que estaba en el campo. Eso ya no era odio a un jugador, eso era pura delincuencia. En ese momento se pararon las bromas entre los presentes, se nos atragantó el jamoncito y empezamos a debatir sobre violencia, sobre impulsos incontrolados, sobre culpables e inductores. Perdonen que me exprese así: nos habían jodido la fiesta. Daba igual el resultado.
