Crisol de héroes
El año próximo cumple el Tour de Francia su primer siglo de existencia. La feliz idea de Desgrange, Lefevre y Goddet se ha perpetuado en el tiempo hasta convertirse en el máximo exponente de la competición ciclista. Su historia, interrumpida por las dos guerras mundiales, ha sido un relato pleno de épicas batallas, triunfos y derrotas espectaculares, creación de mitos y leyendas. Un deporte seguido a través de los periódicos hasta que la televisión nos lo ha acercado al sillón de nuestra sobremesa veraniega.
Nunca dejo de imaginar, cuando observo cómodamente la ascensión a las cumbres alpinas y pirenaicas, cómo las realizaban los llamados "forzados de la ruta". Sin cambio de desarrollo, en bicicletas de quince kilos de peso, con dos tubulares serpenteándoles el torso, por carreteras de grava o tierra, barrizales si les acompañaba la tormenta. Y luego el descenso, en solitario, sin quitamiedos, con el precipicio al borde del camino. Si existe un deporte heroico, ese lo fue el ciclismo de los primeros años. Han cambiado las carreteras, las bicicletas, las tácticas, la preparación física y técnica, pero el Tour sigue siendo para mí el máximo exponente deportivo del reto entre el hombre y el entorno. La prueba de que la voluntad y el esfuerzo humano son la base del triunfo del héroe.