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Mundial 2002 | Alemania 0 - Brasil 2

Kahntada y final feliz

Ronaldo marcó dos goles para poner en evidencia a Kahn / La chispa de Brasil acabó con el orden de Alemania.

Actualizado a

Se percibía en la húmeda atmósfera de Yokohama un duelo cósmico Ronaldo-Oliver Kahn. El mejor delantero contra el mejor guardameta. De ahí iba a salir el partido como realmente salió. Ganó la fantasía, la astucia, la picardía y el chispazo brasileño. Perdió la sobriedad, la practicidad, la rectitud alemana. Brasil es pentacampeón porque Ronaldo ha vuelto; Alemania mordió el polvo porque Kahn el terrible es humano y también comete errores. Dos goles como dos soles clavó el más brillante jugador del Mundial y la sonrisa volvió al fútbol.

Brasil sufrió medio tiempo. Los minutos justos en los que Alemania impuso su jerarquía táctica. Desde el principio ahogó a Silva, Kleberson, Rivaldo y Rivaldinho, con una red metálica presionante e infranqueable. Desde atrás era un coloso Ramelow, prolongado por el omnipresente Hamann y apuntalados por Schneider. Sin Ballack, los germanos tuvieron menos dependencias y jugaron muy rápido para quitarle el balón a los brasileños. Y sin balón, morían.

Sin embargo, el dominio de Alemania tenía algo de ficticio. Quien dispuso hasta de cinco jugadas de gol fue Brasil. Cinco veces encontró la pelota y en cada una de ellas puso contra la pared a Kahn. Ronaldo dio tres avisos a bocajarro y Kleberson llegó a lanzar al larguero haciendo sonar las alarmas alemanas. Y es que el trío de centrales brasileño tuvo su noche de gloria, secando a Klose, aburriendo a Neuville y dominando el juego aéreo con una autoridad espectacular, sobre todo en la figura de un Lucio que es el hombre orquesta: salta, corta, toca y tiene llegada.

Más madera metió Alemania tras el descaso. Había colocado grilletes a Ronaldinho y Rivaldo, dando la sensación de tenerlo todo controlado. Y Neuville puso un nudo en la garganta a los torcedores del estadio Yokohama cuando imitó a Roberto Carlos con una bomba inteligente que despejó Marcos con agilidad. Brasil también tiene porterazo.

Allí se acabó la aventura de Alemania en la final. El sueño se agotó cuando los brasileños encontraron las posiciones y el balón. Cuando, en definitiva, Roberto Carlos se lanzó por la banda, como Cafú, y Rivaldo le buscó las cosquillas a sus marcadores. Era cuestión de ensanchar el campo, de apretar en la carrera y tener fe. Ronaldo lo explicó en el primer gol: perdió la pelota, peleó por robársela a Hamman y lo consiguió, dejó a Rivaldo que disparase y estuvo atento al error de Kahn para mandar a la red. Sólo un jugador inteligente intuye que este portero de acero puede tener las manos blandas y fallar. Sólo Ronaldo puede llegar antes que nadie al rechace.

Brasil se sintió viva. Comenzó a dar golpes bajos a Alemania. Völler reaccionó mal, sustituyendo sin sentido a Klose por Bierhoff; y peor aún, metiendo a Asamoah cuando tenía a Jancker. Campo libre para los canarinhos, que tenían la liebre por las orejas. Los germanos se descosieron y apareció Ronaldo, burlando la marca de los centrales, para mandar con sutileza el balón a la red rasito y colocado. El duelo cósmico tenía un ganador escrito en el cielo de Tokio y todo el planeta se rinde hoy a Brasil y a Ronaldo, cuatro años después.