Lo mejor es que ellos sí se lo han creído
No hace falta que Camacho insista en la motivación. Ese trabajo se lo puede ahorrar. Igual es porque lleva peleando tal aspecto desde que caímos de forma dolorosa en la pasada Eurocopa. Aquella rabieta sólo se cura haciendo algo grande en el Mundial. Y la rabieta viene motivada no porque nos mandaran a casa los que luego fueron campeones sino porque ya se atisbó que no éramos inferiores a nadie. Aquello le quedó clavado al seleccionador y le dejó sangre en el ojo a Raúl, el jugador más ambicioso que yo he conocido desde que ejerzo la profesión. Camacho y Raúl enfadados forman una combinación explosiva.
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Pero hace falta algo más para que se haya desatado nuevamente la euforia en torno a nuestro equipo. Hay una docena de jugadores que están entre los mejores de Europa. Hay disciplina táctica, pese a los evidentes agujeros que siguen surgiendo en defensa. Hay pillería a la hora de ejercer como equipo grande, a la hora de matar los partidos o de acelerarlos, según convenga. Hay, fundamentalmente, ambición por llegar a la final y ganarla. Nadie se conforma con cuartos, ni con semifinales. Juegan a todo o nada y eso se verá claramente a partir del domingo, cuando ganar te permite soñar y perder te obliga a hacer las maletas. Ahí, además de todo lo visto, se apreciará que muchos van con el cuchillo entre los dientes, con Raúl, otra vez Raúl, a la cabeza.
Igual el domingo, en las horas previas, nos invaden los malos pensamientos, los recuerdos negativos, pero ahora mismo no han nada de eso, ni en Ulsan ni en Seúl, donde residimos los casi doscientos periodistas españoles enviados al Mundial. Y no lo hay porque hemos visto los entrenamientos, las declaraciones de seguridad de los nuestros, el juego de los rivales, el potencial de nuestro fútbol y lo que queda de recorrido en el mismo. Eso invita al optimismo pero desde un prisma realista.
