Italia ganó sin que se le descolocara la cuidada melena a ninguna de sus estrellas. Fue un trabajo a medio gas el de los tricampeones del mundo, que se encontraron enfrente a un Ecuador al que el estreno en un Mundial le causó sudores fríos y parálisis cuasi permanente (o canguelo, si se define menos prosaicamente), porque en la primera mitad fueron incapaces de hacer intervenir a Buffon hasta el minuto 40.

Con este panorama, la sociedad Totti-Vieri, que debía aportar los chispazos de la azzurra, decidió resolver cuanto antes el trámite para echarse a dormitar en espera de un rival con un potencial más real que esta inocente Tricolor, que lucía su impronta de haber ganado a Brasil en las eliminatorias suramericanas, pero que fue incapaz de dar siquiera un pequeño susto.

Bastó que Totti se marchara de un malísimo Guerrón (que fue un coladero por su banda) para meter un preciso pase atrás que Vieri se encargó de machacar sin perdón a la red. El gladiador romano preparó a la víctima para que el cañonero interista la remachara. Un trabajo limpio. De curtidos profesionales. El camino estaba abierto para lo que se presumía una goleada italiana, ante unos jugadores cándidos, superados por la presencia de unos tipos serios, inmutables y que tenían un medio campo que daba miedo, con una línea de cuatro que no toca la bola un carajo y son insufribles, pero que presionan sin descanso ayudados por una defensa experta y adelantada que tuvo en Cannavaro a la referencia. Mas los goles no cayeron como se presumía. Sólo hubo uno más, de Vieri cómo no, que recibió un pase de Di Biagio desde su campo y cruzó ante Cevallos.

Después, el sopor y la economía de esfuerzo. La siesta latina de una Italia que no quiso pisar el acelerador y que pudo marcar más goles. Tampoco Trapattoni ayudó mucho, ya que sólo cambió unos cromos por otros para que el equipo funcionara como una fotocopia. Italia, como siempre, ha venido para llegar lejos y ayer ahorró aliento. Cuidado.