El cielo de D. Antonio

El cielo de D. Antonio

A la sombra gigante del Pizjuán y sus miles de millones, el sevillismo de verdad despidió a una de sus mejores leyendas. En una mañana como la de ayer, mañana de domingo, de partido, el Antonio Leal Graciani que uno tiene en la memoria habría estado manoseando un cigarrito rubio detrás de otro, aparentando flema y buen humor cuando, en realidad, se lo llevaban los demonios... porque sólo faltaban horas para otro paseíllo del Sevilla en el Pizjuán.

Es que los finales de partido del Sevilla eran para Antonio Leal tanto como el juego de la suerte y de la muerte en el albero de La Maestranza para su padre, Antonio Leal Castaño. Al que fuese primero Antoñito Leal y después Don Antonio sólo le alteraba la sonrisa cualquier cosa que le pasara al Sevilla. Curioseaba en mil preguntas sobre la NBA. Le fascinaba el toro. Y sólo le nublaba la mirada el recuerdo de aquéllo que le pasó a Pedro Berruezo en Pasarón.

Los sevillistas viejos —Paco Ramos, Juan Arza, Antonio Gómez, Alonso Romero, Manolo Castillo— se despidieron de una sonrisa, una época, y un talante lleno de clase. Del mejor estilo sevillista, el de Portaceli, el de Nervión, el de Pizjuán. Con Antonio Leal Graciani se marchaba un poco de lo mejor del corazón de todos esos hombres. El cielo mejora con Don Antonio. Y nadie del Real Betis estuvo.