El Ciudad Real entró en Europa y por la puerta grande. Su nombre se suma a la amplia lista de clubes españoles con el título de campeón, y lo consiguió luchando contra todo tipo de elementos, los naturales (los creados por el Flensburg), y los extraordinarios (un par de árbitros temerosos del ambiente).

Para ganar, el Ciudad Real tuvo que sufrir desde antes de empezar el encuentro, con Vujovic en el hotel pegado a un teléfono digital para dar órdenes, con los jugadores recibidos de espaldas por un público convenientemente agitado por la directiva local, con un parcial inicial de 5-0 que ponía en duda que los nueve goles de la ida fuesen suficientes, y con la descalificación directa (por falta inventada) de Pogorelov mediada la primera mitad.

Pues bien, contra todos esos imponderables se impuso el conjunto manchego, que de la mano de Mariano Ortega e Iker Romero, en una reacción increíble, remontó en inferioridad para llegar al descanso dando muestras de que las artimañas del conjunto germano no iban a poder erosionar su confianza.

En la segunda mitad, vuelta a empezar. El Flensburg, lanzado con una defensa más allá de la dureza permitida, otra vez provocador, y otra vez aparecieron los problemas y las dudas.

En el momento más delicado, cuando la moneda estaba en el aire, aparecieron Núñez (paró un pelanti) y Dujsebaev, que marcó un gol de maestro para ayudar a Iker Romero y a Ortega, y para poner esa dosis de tranquilidad necesaria que garantizaba el título y que coloca a todo este conjunto entre los más grandes de Europa.