Un viaje bien canalla
El 16 de septiembre de 2000, la página web canalla.com, creada y mantenida por seguidores del Rosario Central -conocidos como canallas-, publicó este relato de Roberto Bonano. Lo que aquí se reproduce es un extracto del texto original.
Los viejos me decían que era un afortunado porque me tocó vivir la época dorada de Rosario Central (...) Cuando comencé a sentir amor por Central fue en el año 80, con la famosa sinfónica de don Ángel Zof (...) Se me hacía un nudo en la garganta, lloraba de la emoción viendo la popular estallar en miles de papelitos y cintas, de brazos agitados al aire acompañando un grito ensordecedor: "¡Central, Central, Central!" (...) Y de fondo se escuchaba el anuncio desde la cabina de la voz del estadio, diciendo: "¡Aaaaateeennnción! La formación de nuestro primer equipo!" (...) Ahora, eso sí, ninguno fue tan especial como el campeonato 86-87. Yo estaba en el secundario, en quinto año del San Francisco Solano, con una manga de vagos sensacionales como compañeros (...)
La idea la trajeron Fabi Alonso y el Tucán Marcelo Britos, que eran nuestros guías espirituales en varios aspectos (...) La cuestión es que un día empezaron a empujarnos que del bar de Cafferata y Mendoza salían los micros para la hinchada a precios accesibles, unos diez australes, creo, que incluía el viaje ida y vuelta con la entrada a la cancha. Yo pensaba que si caía con eso en casa me sacaban a patadas en el orto (...) Esa semana no dejé trámite o mandado por hacer, aprovechando para guardar los vueltos, incluso asalté varias veces la billetera de mi vieja; era un trabajo de hormiga, juntando monedita tras monedita para que no se avivara (...) El partido elegido para nuestra aventura era en Buenos Aires, contra Argentinos Juniors, que hacía de local en cancha de Ferro (...) Era la antepenúltima fecha, y había que ganar sí o sí para tratar de definir en el Gigante contra Unión (...)
Yo tenía que justificar mi ausencia hasta la madrugada, porque el partido se jugaba un día de semana a las nueve de la noche, así que tenía que buscarle la vuelta (...) Por fin llegó el día esperado. Me encontré con el Fabi, el Tucán y Pototo Bordignon en la esquina del bar, que estaba repleto de gente. Juntamos la guita y Fabi se mandó adentro para volver con los pasajes. A los cinco minutos salió con una sonrisa triunfal y una mano levantada con papelitos de colores entre los dedos, como un trofeo de guerra (...) Repartió un color para cada uno. Ahí tomé conciencia de que debía subir solo al colectivo con unos energúmenos dispuestos a cualquier barbaridad (...)
(...) De golpe, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo, salieron en manada los grones cantando, apurados, trepándose a los micros (...) Parecía un ejército jubiloso de monos golpeando las chapas despintadas de los ómnibus, repletos de tipos enardecidos yendo al frente de batalla.
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A mis amigos los perdí de vista y subí al bondi que me correspondía casi pidiendo permiso, sin mirar para atrás (...)
De golpe, no podía creer lo que estaba viendo: después del peaje de la entrada a Buenos Aires había una montonera de micros estacionados y, alrededor, una marea humana saltando rítmicamente, como en las comparsas brasileñas. Nuestro colectivo paró sobre la banquina y bajamos enloquecidos, eufóricos, cantando todos abrazados, teñidos de azul y amarillo. Ahí uno se da cuenta del poder, de la magia del fútbol, cómo nos hermanaba la pasión por nuestra camiseta, sin medir clases sociales, no existían diferencias ni nada. Fue un instante erótico, de gozar con la piel y el corazón (...) Llegamos a cancha de Ferro y copamos la popular. Jamás esos añejos tablones olvidarán cómo se forzaron para no quebrarse, mientras 10.000 almas saltaban cuando el Negro Palma la clavó en el ángulo y después, con otra genialidad del Tordo, puso el 2-0 definitivo para gastarnos las gargantas y reventarnos en avalanchas contra el tejido, trepando como monos tití, sacudiendo el quieto alambrado, retorciéndonos de alegría, casi a punto del orgasmo (...) Por eso te digo que para mi fue especial y lo será hasta llevarlo conmigo al cajón, cuando me muera (...)