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Recuerdo con total nitidez aquellos maravillosos años en el barrio. Hablo de 1980. Carabanchel luchaba por ser reconocido como un núcleo fundamental en el eje geográfico y urbanístico del sur de Madrid, mientras que los que éramos unos niños-adolescentes nos acercábamos al cine Los Angeles en busca de esos inolvidables programas dobles donde te chupabas sin pestañear las películas de Cantinflas y de Ornella Mutti. Apenas 200 metros más adelante, en la calle General Ricardos, se abría una vía que daba a la plaza de toros de Vistalegre. Pero por allí no estaban la muleta de Curro Romero ni el capote de Antoñete. Si acaso, me acuerdo vágamente de un mitin de Blas Piñar con nula asistencia de público. Afortunadamente.

Por eso en la noche del miércoles me emocioné cuando vi aquel espectáculo que parecía sacado de una de las oníricas escenas de ‘All that jazz’ (‘Empieza el espectáculo’). No era un sueño. 15.000 hombres, mujeres, niños y niñas poblaban en un miércoles de noviembre las instalaciones de la que durante años fue una plaza carcomida por las ratas y la basura. El baloncesto y la España que nos ha devuelto la emoción por este deporte fue capaz de alterar los latidos de un barrio sin mentiras y poblado por gente sin otro mensaje que no sea trabajar y buscar un hueco para disfrutar de la vida. El esfuerzo hecho por la Federación y gente como Navarro, Garbajosa, Angulo y Paraíso obró el milagro. Carabanchel forever.