Muestren armas

Me gusta la Vuelta. Porque es el primer amor, un recuerdo de los viejos tiempos, de los buenos, porque antes de que Perico e Indurain volvieran a hacer sagrado el Tour sólo había Vuelta y Lejarreta y Laguía y el maldito Caritoux. Por eso emociona más la victoria de Zabel sobre Freire, porque son los mejores llegadores del mundo. Su pelea ahuyenta fantasmas que hablaban de una carrera light, sin Armstrong, ni Ullrich. Ellos no son imprescindibles porque se equivoca quien quiera hacer de la Vuelta el Tour. Cada una tiene sus leyendas y sus héroes, como la Liga y la Copa de Europa, para entendernos.

Los jornaleros de la gloria no es un título de una canción de Antonio Molina (que podría) sino un tipo de ciclistas que no se encuentran en otra grande. Miguel Moreno, el Azarías del pelotón, sabio y más de pueblo que las amapolas, habló de los torerillos para referirse a sus míticos Huesitos (ahora Jazztel), valientes sin premio y reyes de los sprints especiales.

La gente

Pues un jornalero de la gloria y con nombre de torero, Vázquez Palomo, se hizo protagonista al comienzo virtual de la etapa, justo cuando televisión enciende los focos. Su equipo, el Relax Fuenlabrada, chupó cámara, otra forma de ganar la Vuelta. Ellos son la sangre del pelotón, lo más puro, los cazadores con tirachinas, nombres de bandolero: Flecha, Lobato, Palomo, el jabalí del Bierzo. Poco importa que el grupo se zampara al escapado. Volverán porque ellos son la gente.

Y más cerca de las nubes, una llegada picuda con un repechón como trago de aguardiente. Allí habían quedado Zabel y Freire, que acude a las citas aunque sea escayolado. Ganó el alemán, 20 triunfos en lo que va de temporada y primero en la Vuelta. Poco importa, porque Freire, tan bueno que asusta, es el espadachín que tras enconada lucha se cambia la espada de mano y confiesa a su rival que no es zurdo, sino diestro. Hoy se verá.