Sanz pasó la meta de la maratón femenina a gatas, tras haberse derrumbado un par de metros antes de la célula fotoeléctrica. Allí necesitó asistencia urgente, pero los voluntarios no pudieron ponerle la mano encima hasta la finalización exacta, los 42.195 metros que suponen una maratón. Lo suyo se pareció mucho al caso de la suiza Gaby Andersen, que traspasó en un puro tumbo, a traspiés, la meta de la maratón en los Juegos de Los Ángeles 84.
Casi una hora después de su calvario, Eva Sanz, recién desembarcada en la sala de urgencias del estadio, se encontró con las otras cuatro maratonianas españolas: María Abel, Luisa Larraga, Marta Fernández de Castro y Griselda González, que entraron entre los puestos 25º y 29º. Sanz lo hizo en el 35º, en su tercer maratón completo.
Todas acabaron enganchadas a un bote de suero, bajo el control de Juan Manuel Alonso, el jefe médico de la Federación Española en Edmonton. "No pasa nada: algo de deshidratación, lo normal, pero hay que asegurarse", afirmó Alonso mientras auscultaba y tomaba la tensión a María Abel. El puesto final del deshidratadísimo equipo español en la Copa del Mundo fue el sexto. "Ésta ha sido una experiencia horrorosa, inimaginable. Tenía miedo de no llegar y derrumbarme por el camino", relató María Abel.
¿Qué pasa en Edmonton? La altitud (casi 700 metros sobre el nivel del mar), una evidente premura en la adaptación del reloj biológico, un recorrido exigente lleno de toboganes escarpados y una humedad caliginosa, se combinaron en una mezcla que para los organismos de los atletas españoles, ha sido como añadir azufre a un cóctel Molotov.